miércoles, 30 de octubre de 2013

♦Bienvenido al Pandemonio♦



Capítulo 10.



Si hubiera pasado tres segundos mas de pie sin hacer nada, estoy segura de que aquella espada me hubiera cortado la yugular.

Aquella sonrisa me había asustado, y gracias a ello, la adrenalina hizo que me apartara corriendo. Lanzándome al otro lado del pasillo, evitando la hoja de la espada.
Chocando las rodillas desnudas sobre el suelo, y sintiendo un dolor agudo en los huesos.
Escuche el sonido de unas alas desplegandose y fruncí el ceño. Recordé que sus plumas eran venenosas y no tenia nada con lo que cubrirme o aislarme del daño que pudieran ocasionarme.
Me levante, tan rápido como lo aturdida que estaba me permitía, y la observe.
Estaba equivocada, completamente. Ella no era un pecado. ¿Por que, entonces, la recordaba como tal? ¿Por que los demás también pensaban que Rosalinda era la Soberbia?

—No se de que me hablas —concedí escupiendo desdén.

Sonrió al mismo tiempo que negaba.

—No, ahí te equivocas. Si sabes de lo que te hablo.

Rápidamente cambio aquella sonrisa por un rostro completamente sumergido en la furia. Terminó de expandir sus grandes alas oscuras al mismo tiempo que sujetaba la espada con una mano dispuesta a atacarme.
No me había dado tiempo a apartarme, ni tampoco podía, pues estaba pegada a la pared y no tenia escapatoria alguna.
Vi como la hoja de la espada se acercaba a mi.
Por su actitud, deduje que Rosalinda no era una de las personas que vacilaban a la hora de matar. Esa fue la razón por la que me sorprendió encontrarme viva. La tenía delante, su espada estaba colocada contra el perfil de mi cuello. Cortando, poco a poco, mi débil epidermis.

—Te he dicho que no se donde están. —volví a repetir.
Pese a que mi cuello estaba sangrando, formando un charco a mis pies, no sentía dolor.

—Los humanos sois repugnantes. Además de que mentís fatal.

¿Humana? Ahora caía. Pensaba que era humana.
A decir verdad, hasta no hace mucho yo misma pensaba que era humana. Una persona normal que había perdido la memoria. No una joven de mas de quinientos años, un vampiro poseedor de un pecado. ¿Irónico no creéis?

—¿Humana? —manifesté mi duda— ¿Y piensas que una humana como yo retiene a tus hermanas? ¿Estas desesperada por encontrarlas, o algo?

Curvó una sonrisa cínica. Movió la mano y cortó, sin esfuerzos, la yugular.

Caí al suelo, la sensación fue devastadora. No moví de un ápice. Estaba desconcertada y la sangre no dejaba de emanar del cuello.
Sin embargo, seguía viva. Pero no era yo misma.
En mi interior algo se rompió. Alguien quería salir. Alguien tomaba el control de mis emociones y de mi cuerpo.

—Y, ahora creerás que me has matado ¿no? Por ser humana, digo —comenté repentinamente con tono jocoso al mismo tiempo que me incorporaba.

Rosalinda volteó la cabeza para observarme. Aunque su rostro no mostraba ni un tizne de impresión, supe que en el fondo lo sentía. ¿Que humana sobrevive a eso?

—Vaya. —Se limitó a decir con una sonrisa de oreja a oreja mientras sacudía un lado de su largo cabello platino.

Mantuve silencio. No respondí a su palabra. Tan solo clavaba mi heterocromía en sus ojos violetas. Ella ofreciéndome su superioridad, y yo mi tranquilidad y paciencia irónica.
Pasé la mano por la herida del cuello, la cual seguía emanando sangre. Recogí un poco de aquel líquido rojo, y lo lamí saboreándolo.
No lo negaré, me burlaba. Buscaba su ira.
¿Qué ocurriría ahora? No era humana, ella tampoco. No era débil, ella menos aun. No era estúpida, y ella... quizá. No me malinterpretéis. No digo que lo fuera, tan solo que aquel revés del destino, era una desventaja. Para ella, claro.
Yo no la conocía. No sabía, del todo, sus habilidades, ni poderes. No sabía que ases ocultaba bajo la manga. Era tedioso. Pero, ella tampoco sabía de mi.
Pensaba que era humana, por lo que no contaba con ningún dato sobre que habilidades o poderes tenía.
Pero yo sí. Rosalinda había sido tan amable de mostrarme como luchaba, y algunos de sus ataques en nuestro primer encuentro.

Las ganas de seguir provocándola, obviamente, no cesaban. Una estúpida parte de mi quería seguir.

—Resulta que de verdad no se dónde se encuentra Agatha —reí— perdón, prefiere que la llamen Sheila, ¿no?

¿Qué clase de persona sería si no me vengara un poquito después de tantas molestias y golpes que me provocó? Estúpida, sin duda.

Sacudió con rapidez las alas haciendo que de estas salieran volando varias plumas color azabache, sin duda dirigidas a mi. Tras ellas, sin perder el tiempo, se impulsó para poder clavarme la espada. Fueron movimientos rápidos, sin ningún vacile. Movimientos conocidos y que ya había echo antes.
Como vampiro, creo que hubiera sido lo suficientemente rápida para correr y ocultarme tras una de las columnas. Sin embargo, pese al sacrificio, me pareció mas curioso probar la metamorfosis.
Cada parte de mi cuerpo, cada pequeño conjunto de él, tomó la forma de varios murciélagos, los cuales salieron volando al acto.
No había rastro de mi presencia por ningún lado. Solo varios murciélagos negros reboloteando por el lugar.
Algunos de ellos, muertos, en el suelo debido al veneno que contenían las plumas de Rosen.
Los demás estaban colgando de la gran araña. Habían mas murciélagos que plumas.
En efecto; la lucha sin darnos cuenta, se había trasladado al mismo lugar que la primera vez.

—Tks —masculló a Rosalinda mientras mantenía el vuelo girándose hacia la gran araña— ¿Eso es todo? ¿Murciélagos?

La escuché reír. Una risa placentera mientras lanzaba la espada al aire.
Esta desapareció en forma de humo negro.
Todos los murciélagos comenzaron a reunirse en una de las ramas de la Araña formando un gran bulto oscuro. Poco a poco, volvía verse mi silueta. Sin embargo, no llevaba el vestido blanco. De una forma u otra, volvía a llevar puesta mi indumentaria; abrigo crimson con motivo de rombos blancos, falda negra y botas, lazo y guantes blancos.
Arquee la ceja con el ceño fruncido, Rosalinda comenzaba a disiparse en forma de humo, al igual que había ocurrido con la espada.
Si no fuera porque vi como los murciélagos muertos comenzaban a descomponerse, hubiera jurado que era un humo normal y corriente. Pero no, era veneno.
Fue una sensación dolorosa, pero la aguanté. Noté como en mi espalda nacían un par de alas de murciélago, pero mas resistentes que la de los normales.
Me levanté en la rama de la araña observando como el humo se dispersaba con rapidez por el suelo para seguir emanando de la nada y obteniendo volumen.

—Tks.

Tenía que pensar rápido. Pero un sonido desvió mi atención. ¿Había sido un grito? Si, lo hubiera jurado. Era la voz de Deidara. Pero allí no había nadie que no fuéramos nosotras. Una vez mas estaban lo suficientemente sordos para no atender a nuestra pelea.
Volví a centrarme. El humo avanzaba, estaba a punto tocarme. Escuché una risa irónica. ¿Otra vez? El sonido me recordaba a alguien, pero no lograba recordar a quién pertenecía.
Fruncí el ceño. No me quedaba ninguna salida. Estaba entre el humo y la pared, literalmente.

Gaab.

 —Eso es. —pensé en alto.

No pude evitar reír.
Estaba apunto de invocar a Gaab. La recordaba: un demonio bajo mi posesión. Rubia, siempre vistiendo de rojo. Un mujer. Creaba agujeros negros que conducían a donde quería. Podía ocultarme en alguno, usarlo como portal.

Estaba a punto... pero no.
El humo me había alcanzado, y entre él vi a Rosalinda con una sonrisa siniestra portando la espada que seguidamente intentó clavar en mi estómago.
Aquello sin duda hubiera funcionado, de no ser porque nos interrumpieron varias risas.
Risas que Rosalinda había reconocido y por ende habían distraído.
Una risa mas siniestra que su sonrisa, pero ligeramente infantil. Otra risa sonora y melodiosa.

El echo de que se hubiera distraído trajo consigo que cayera sobre mi, y a su vez que yo perdiera el equilibrio de la rama para caer al suelo. Fue un impacto doloroso, que hizo resonar el mármol roto.
Fue incomodo para ambas. Mi intención era apartarla, y aprovechar para atacarla, pero había sido más rápida de lo que pensaba. Se había levantado con agilidad, buscando el foco del cual salían aquellas risas.
Inqué rodilla en el suelo mientras dibujaba una sonrisa burlona, solo para provocar, en mi rostro mientras la miraba.

—¿Te suenan?

A diferencia de Rosalinda, que sabía de quienes se trataban, yo tuve que deducir aquellas carcajadas. La risa infantil se trataba de Coraline, y la melodiosa de Sheila.
Ahora, ¿por qué reían? Quién sabe.
Rosalinda me dedicó una mirada asesina y prepotente.
Mi única respuesta fue una sonrisa maquiavélica.

¿Qué podría deciros? No es que no supiera que me jugaba la vida. Por cada acto que cometía, me jugaba un arrebato asesino ya fuera de Rosalinda o de cualquier otra persona.
Pero en aquello se basaba mi actitud.

Pudimos ver como se formaban dos pequeñas luces. Una era roja, como la sangre, mientras que la otra se tornaba de un seductor naranja.
De una de ellas, vimos aparecer a una niña. No tendría mas de 11 o 12 años. De cabello corto, fino y albino. Sus ojos eran grandes y de color rubí.
Llevaba puesto un bonito vestido carmín con decorados en negro. Sin embargo, pude ver que un lado del vestido era blanco y que poco a poco había comenzado a degradarse hacia el rojo. Tras respirar hondo me percaté. Aquel no era el color natural del vestido.
Se había teñido de sangre.
Mostraba una amplia sonrisa, infantil, mientras entrelazaba las manos tras la espalda.

—¡Coraline! —exclamó Rosalinda, con un deje de entusiasmo que intento disimular dando paso a un tono preocupado.

—No te olvides de mi. —escuchamos decir a la otra muchacha.

De la luz Naranja, había aparecido otra joven. Más alta que la anterior. Mayor que Coraline.
Tendría, unos 15 o 16 años. Su cabello era largo, recogido en dos coletas laterales. Lo curioso de este era que mantenía un color único,
Comenzaba con el Amarillo, degradaba en Naranja, y acababa en un tranquilo Rosa.
Sus ojos, igual de grandes que los de Coraline, dejaban ver otras dos joyas; Zafiros.

—Sheila, estas aquí. —Tuve el placer de robarle las palabras a Rosen.