miércoles, 6 de noviembre de 2013

♦Bienvenido al Pandemonio♦


Capítulo 11.



Una parte de mi os mentiría si dijera que no las había visto antes, Lucía.
La otra reiría negando tal echo y reiteraría que si las conocía, Némesis.

Caroline y Sheila Miyazawa. Hermanas pequeñas de Rosen Adachi.
Era curioso, ellas mantenían el apellido "Miyazawa" cuando Rosen acuñaba el apellido "Adachi".
Sí, así era. Dos Miyazawa, una Adachi y sin embargo todas parecían ser hermanas de sangre.

Recordaba haber tenido momentos con Sheila. Recordaba hablar con ella sobre el fuego, una habilidad de la que yo carecía y ella poseía. Una habilidad que le encantaba. Recordaba, aunque en menor medida, escucharla cantar. Pocas veces se percataba de mi presencia. ¿Qué deciros? Ser vampiro tiene sus ventajas.
Recordaba a Caroline. Pequeñita, adorable... cínica y sádica. Era algo que teníamos en común. Yo era sádica, pero Caroline aun mas. Debido a su bipolaridad, su sentido asesino estaba bastante agudizado. Por lo que, aunque fuéramos medianamente amigas, procuraba tener cuidado con ella, mucho.

El echo de que todos, incluso yo, pensáramos que Rosalinda era el pecado de la Soberbia, aún no estaba resuelto. Mis hipótesis eran que, al pasar Rosen tanto tiempo con sus hermanas, habíamos olvidado quién era la verdadera Soberbia y habíamos colocado en su lugar a Rosalinda. O, al igual que con la Pereza, en realidad nunca la conocimos.
Vagas y absurdas ideas que venían a mi cabeza. Pero validas por el momento.


***


Me incorporé por completo curvando una sonrisa masoquista. No me gustaba la situación, pero disfrutaba.
Sacudí ambas alas con prepotencia mientras lanzaba una mirada explicativa a Rosen: Al fin y al acabo, yo no sabía dónde estaban sus hermanas.
La ví cruzarse de brazos frente a Coraline, mientras ésta le dedicaba su sonrisa infantil. La natural, no la que solía fingir.

—Bienvenidas. —me limité a decir mientras dejaba que un pequeño murciélago se colocara en mi brazo.

Al parecer su espada había logrado cortarme. No era algo muy profundo, pero me desagradaba la idea de tener una herida. Al igual que me desagradaba que hubiera logrado cortarme.
"Mientras algo de mi quedara como un pequeño murciélago, siempre podría regenerarme." Mas ventajas que recordé.
Aquel pequeño se dedicó a devorar aun mas la zona de la herida para después asemejar mi piel y cubrirla con su cuerpo.

—¿Dónde habéis estado? —pregunto Rosalinda sin un tizne de sensibilidad en la voz. Borde y arrogante.

Una vez la herida ya no estuvo en el brazo, sacudí mi largo cabello negro y clavé la heterocromía en Sheila y Coraline. No sabia cuanto tiempo había trascurrido desde la ultima vez que las había visto. Pero parecía mucho.

—Pandora —comenzó una de ellas—, de repente cerró sus puertas, y no pudimos salir. Hace poco, logramos ver una fisura, aprovechamos, y escapamos. Pero las puertas han vuelto a cerrarse.

Explicó Coraline en tono serio, fuera del infantil que solía tomar. Sheila asentía corroborando lo que su hermana trataba de explicarnos con el mismo rostro serio.

—¿Una fisura? —pregunté frunciendo el ceño intrigada.

Sheila asintió observándome y todas nos quedamos un tiempo en silencio.

Ahora que recordaba todo sobre que o quien era, me reconcomía por dentro saber que Pandora había tenido un fisura. Era imposible.
Aquel lugar poseía inteligencia propia, y si algo o alguien lo atacaba, no respondía con ataques, mas bien con defensas. Activaba las barreras, y no deja entrar ni salir a nadie. E ahí la razón de que vieran una fisura. Alguna barrera habría caído.
Alguien seguía atacando Pandora. Pero, ¿cómo? y mas aun ¿por qué?
Hablamos de un lugar sumergido en el Abismo. Un lugar que reside en otra dimensión.
Un lugar del que sólo unos pocos tienen constancia. Y quienes creen saber donde esta, y consiguen llegar a las primeras puertas, las del Abismo, son directamente rechazados por Vasilisco.

No me entraba en la cabeza que estuvieran atacando a Pandora.
A parte de los científicos locos, que poca cosa podían hacer que sacrificar mortales para abrir sus puertas, no sabía en que o quien pensar.

—Chan Chan Chan... —escuchamos decir en tono melodramático. Aquella voz me saco de golpe de mis pensamientos— "¿Una fisura?" Y os queáis calladas, los demás también queremos saber que pasa, eh.

Rosen frunció el ceño molesta de que hubieran interrumpido sus pensamientos y de su momento con sus hermanas. Tanto Cora como Sheila, se habían sorprendido. Y en cuanto a mi, sólo pude manifestar mi aversión como otra tantas veces.

—¿Quién ese ese? —preguntó con un tono que me hizo gracia.

—Ah.. —cavilé un instante, había olvidado su nombre— Alexander.

Esta fingió asombro y seguidamente entrecerró los ojos y frunció los labios.

—Sé que te sorprendo Rosen. —respondió seguidamente Alexander mientras dejaba ver que tras el estaban Deidara y Coco.

No la culpo. Que aquel individuo se tomara tantas confianzas, también me hubiera hervido la sangre. Tampoco la culpo por el echo de que, en aquel momento, hubiera desplegado sus alas, sujetado tres plumas —una por cada espacio de los dedos— y las hubiera lanzado contra el en el tiempo que se tarda en respirar una vez.
Para desgracia de Rosen, y ciertamente la mía, parecía ser lo suficientemente rápido como para dejar que las plumas quedaran clavadas en la pared.
Fue una suerte, para mi y no para ella, que tanto Diddi como Coco fueran de estatura baja.

—¿Y esa es forma de recibir al anfitrión?

Fruncí el ceño.

—¿Tú? —reí— Ese es Khalius.

Coco y Deidara se cruzaron las miradas al ver que, repentinamente para ellas, había muchas personas reunidas.
Aun mas fue la sorpresa de Coco al ver a Rosalinda. Me consta que ya se conocían. Ella misma fue quien me hablo de Rosen cuando sucedió el altercado de las plumas.
La ví apartar a Diddi, para poder salir detrás de ella, batir sus extrañas alas de hierro parecidas a las de la peliazul, y abalanzarse sobre Rosen. La abrazaba como una niña a su madre.
Coraline, que era la que estaba mas cerca de Rosalinda, dió un salto y se aparto en un acto reflejo. Frunció levemente los labios durante un instante y después mostró una sonrisa que no me convenció mucho.

El ambiente se tensó y de fondo se escuchaba la risa de Alexander, que aparte de haber ignorado mi respuesta sobre Khalius, estaba sentado en un escalón de la escalera que daba al ala Este de la mansión.

—¡Qué bonito encuentro! ¿No creéis? Las hermanas, las.. —miró a Coco y Rosalinda buscando una explicación para la muestra de afecto— ¿amigas? ¡Y las conocidas! —volvió a reír. Una risa que provocaba que hiciera lo mismo que muchas veces tuve ganas de hacerle a Khalius, degollarlo— Os invitaría a un par de tragos de Borbon, pero sois menores. Que chasco ¿verdad?

Fruncí el ceño y apreté los dientes con fuerza.
Fue como si las tres hubiéramos pensado lo mismo; Sheila, Coraline, y yo.
Ambas nos habíamos abalanzado sobre él. Yo sujetaba su, a mis manos, frágil cuello. Mientras, tanto Sheila como Cora, se habían colocado a cada lado. Ambas, podían enviar un ataque sin necesidad de tocarlo y ensuciarse las manos.
En cuanto a mi, me gustaba manchármelas.

—Ah, ah, ah, ah —lo escuchamos decir. Negaba con la cabeza mientras sus labios dibujaban una sonrisa burlona— Bebo Berbena todos los días. —me miró— No es nada personal pequeña, pero no me gustan los vampiros. —después miro a su derecha, donde estaba Sheila, y a su izquierda, donde estaba Coraline— A ver, si no recuerdo mal, Fuego y ¿qué era lo tuyo? ¿Magia Negra? Uhm, no, eso era de Rosen... ¡Ah, si! Inframundo, Necromancia. No dudo, que de querer, ya me hubieras matado mas rápido que estas dos.

Tenía razón. De querer, ya lo hubiera matado. Ya estaría jugando con su corazón aun palpitando en sus pequeñas manos.
De querer, Sheila ya lo hubiera calcinado. Hubiera hecho subir su temperatura corporal hasta asfixiarlo. De querer, yo hubiera partido su cuello en el tiempo que pestañeo. O, por contra, lo hubiera degollado. De querer, Diddi ya hubiera enviado su alma al Limbo o hubiera jugado con su cabeza, y de querer, Coco ya lo hubiera electrocutado.
¿Qué ocurría? No. No era un "de querer" era un "de poder". De poder, alguna de nosotras, hubiéramos hecho algo. ¿Qué nos lo impedía?

—No me hace falta morderte para matarte. —rectifiqué. Odiaba eso de que los vampiros sólo pudiéramos matar mordiendo. Era una leyenda urbana. Además, por añadir, que mi genética vampírica no era la normal. Única, por así decirlo. No me alimentaba de sangre humana, aunque en ocasiones bebía de ella por jugar. Yo aprendí a alimentarme del depredador; Los Vampiros.

Todo había ocurrido demasiado deprisa para mi. Rosalinda y Coco habían desaparecido en ese lapsus de tiempo. ¡Qué demonios!
Venía a por sus hermanas y acababa llevándose a la mía sin decir nada.
Fruncí el ceño lanzando a Alexander, a quien aún sostenía por el cuello, contra la pared.
Aunque no pudiéramos matarle, podíamos hacerle daño. Pero aquella ley que nos obligaba a no poder hacerle nada, también se aplicaba a el. De poder, ya se hubiera desecho de alguna de nosotras. De poder, se hubiera defendido contra aquel estúpido golpe.

No era alguien en el que pudiéramos confiar. Al menos eso trasmitía.

***

Dos semanas desde que Sheila y Coraline habian aparecido. Dos semanas desde que Coco había desaparecido. Dos semanas desde que Rosen no aparecía.
Catorce días desde que había aparecido Alexander. Catorce días desde que había aparecido Erick, aunque a el solo lo veíamos a la hora del desayuno, almuerzo y/o cena. La mayor parte del tiempo lo pasaba con Lilium.

No es que no intentáramos encontrar a Rosalinda, y mucho mas a Coco. Lilium estaba encargado de ello. A la mínima pista, algunas de nosotras, en su mayoría Sheila, salíamos en su busca. Pero nunca dábamos con ellas. Aparecían y desaparecían.
Era tedioso, y en muchas ocasiones nos sacaba de nuestras casillas. Manteníamos pequeñas discusiones que seguidamente acababan en una charla sobre Pandora y sus regiones.

Fue como si ya se hubiera decidido de antemano. Nadie hablo, nadie se quejo, nadie hizo nada. Sheila y a Coraline, se quedaron en la mansión Bernaskell.
Creí que habría quejas en lo que tenia que ver con Sheila. Pues, eso de estar retenida en Pandora, no estar en su reino, que de repente desapareciera su hermana, y que ahora tuviera que vivir en un lugar que no conocía, la molestaría.
Creo que no fue así. O quizás si, pero no lo dijo ni lo manifestó.
Coraline, parecía haberse acostumbrado. La mayor parte del tiempo lo pasaba jugando con Diddi. Y cuando digo jugando, me refiero a unas 23 horas haciendo travesuras, y 1 jugando.
En lo que a Alexander respecta, aparecía para molestar, y desaparecía cuando le apetecía o cuando Erick tenía algo que decirle. No tenía un lugar de la mansión fijo para quedarse a pasar el tiempo, no. Merodeaba por todos lados y si se encontraba con alguna de nosotras, la molestaba de alguna forma. Ya fuera directa o indirectamente.
En cuanto a mi, la mayor parte del tiempo me encerraba en alguna de las Bibliotecas que habían repartidas por la mansión. Si me encontraban en una, me movía a otra, y si me encontraban en otra, escogía un par de libros y me encerraba en lo que desde un principio había sido mi habitación.

miércoles, 30 de octubre de 2013

♦Bienvenido al Pandemonio♦



Capítulo 10.



Si hubiera pasado tres segundos mas de pie sin hacer nada, estoy segura de que aquella espada me hubiera cortado la yugular.

Aquella sonrisa me había asustado, y gracias a ello, la adrenalina hizo que me apartara corriendo. Lanzándome al otro lado del pasillo, evitando la hoja de la espada.
Chocando las rodillas desnudas sobre el suelo, y sintiendo un dolor agudo en los huesos.
Escuche el sonido de unas alas desplegandose y fruncí el ceño. Recordé que sus plumas eran venenosas y no tenia nada con lo que cubrirme o aislarme del daño que pudieran ocasionarme.
Me levante, tan rápido como lo aturdida que estaba me permitía, y la observe.
Estaba equivocada, completamente. Ella no era un pecado. ¿Por que, entonces, la recordaba como tal? ¿Por que los demás también pensaban que Rosalinda era la Soberbia?

—No se de que me hablas —concedí escupiendo desdén.

Sonrió al mismo tiempo que negaba.

—No, ahí te equivocas. Si sabes de lo que te hablo.

Rápidamente cambio aquella sonrisa por un rostro completamente sumergido en la furia. Terminó de expandir sus grandes alas oscuras al mismo tiempo que sujetaba la espada con una mano dispuesta a atacarme.
No me había dado tiempo a apartarme, ni tampoco podía, pues estaba pegada a la pared y no tenia escapatoria alguna.
Vi como la hoja de la espada se acercaba a mi.
Por su actitud, deduje que Rosalinda no era una de las personas que vacilaban a la hora de matar. Esa fue la razón por la que me sorprendió encontrarme viva. La tenía delante, su espada estaba colocada contra el perfil de mi cuello. Cortando, poco a poco, mi débil epidermis.

—Te he dicho que no se donde están. —volví a repetir.
Pese a que mi cuello estaba sangrando, formando un charco a mis pies, no sentía dolor.

—Los humanos sois repugnantes. Además de que mentís fatal.

¿Humana? Ahora caía. Pensaba que era humana.
A decir verdad, hasta no hace mucho yo misma pensaba que era humana. Una persona normal que había perdido la memoria. No una joven de mas de quinientos años, un vampiro poseedor de un pecado. ¿Irónico no creéis?

—¿Humana? —manifesté mi duda— ¿Y piensas que una humana como yo retiene a tus hermanas? ¿Estas desesperada por encontrarlas, o algo?

Curvó una sonrisa cínica. Movió la mano y cortó, sin esfuerzos, la yugular.

Caí al suelo, la sensación fue devastadora. No moví de un ápice. Estaba desconcertada y la sangre no dejaba de emanar del cuello.
Sin embargo, seguía viva. Pero no era yo misma.
En mi interior algo se rompió. Alguien quería salir. Alguien tomaba el control de mis emociones y de mi cuerpo.

—Y, ahora creerás que me has matado ¿no? Por ser humana, digo —comenté repentinamente con tono jocoso al mismo tiempo que me incorporaba.

Rosalinda volteó la cabeza para observarme. Aunque su rostro no mostraba ni un tizne de impresión, supe que en el fondo lo sentía. ¿Que humana sobrevive a eso?

—Vaya. —Se limitó a decir con una sonrisa de oreja a oreja mientras sacudía un lado de su largo cabello platino.

Mantuve silencio. No respondí a su palabra. Tan solo clavaba mi heterocromía en sus ojos violetas. Ella ofreciéndome su superioridad, y yo mi tranquilidad y paciencia irónica.
Pasé la mano por la herida del cuello, la cual seguía emanando sangre. Recogí un poco de aquel líquido rojo, y lo lamí saboreándolo.
No lo negaré, me burlaba. Buscaba su ira.
¿Qué ocurriría ahora? No era humana, ella tampoco. No era débil, ella menos aun. No era estúpida, y ella... quizá. No me malinterpretéis. No digo que lo fuera, tan solo que aquel revés del destino, era una desventaja. Para ella, claro.
Yo no la conocía. No sabía, del todo, sus habilidades, ni poderes. No sabía que ases ocultaba bajo la manga. Era tedioso. Pero, ella tampoco sabía de mi.
Pensaba que era humana, por lo que no contaba con ningún dato sobre que habilidades o poderes tenía.
Pero yo sí. Rosalinda había sido tan amable de mostrarme como luchaba, y algunos de sus ataques en nuestro primer encuentro.

Las ganas de seguir provocándola, obviamente, no cesaban. Una estúpida parte de mi quería seguir.

—Resulta que de verdad no se dónde se encuentra Agatha —reí— perdón, prefiere que la llamen Sheila, ¿no?

¿Qué clase de persona sería si no me vengara un poquito después de tantas molestias y golpes que me provocó? Estúpida, sin duda.

Sacudió con rapidez las alas haciendo que de estas salieran volando varias plumas color azabache, sin duda dirigidas a mi. Tras ellas, sin perder el tiempo, se impulsó para poder clavarme la espada. Fueron movimientos rápidos, sin ningún vacile. Movimientos conocidos y que ya había echo antes.
Como vampiro, creo que hubiera sido lo suficientemente rápida para correr y ocultarme tras una de las columnas. Sin embargo, pese al sacrificio, me pareció mas curioso probar la metamorfosis.
Cada parte de mi cuerpo, cada pequeño conjunto de él, tomó la forma de varios murciélagos, los cuales salieron volando al acto.
No había rastro de mi presencia por ningún lado. Solo varios murciélagos negros reboloteando por el lugar.
Algunos de ellos, muertos, en el suelo debido al veneno que contenían las plumas de Rosen.
Los demás estaban colgando de la gran araña. Habían mas murciélagos que plumas.
En efecto; la lucha sin darnos cuenta, se había trasladado al mismo lugar que la primera vez.

—Tks —masculló a Rosalinda mientras mantenía el vuelo girándose hacia la gran araña— ¿Eso es todo? ¿Murciélagos?

La escuché reír. Una risa placentera mientras lanzaba la espada al aire.
Esta desapareció en forma de humo negro.
Todos los murciélagos comenzaron a reunirse en una de las ramas de la Araña formando un gran bulto oscuro. Poco a poco, volvía verse mi silueta. Sin embargo, no llevaba el vestido blanco. De una forma u otra, volvía a llevar puesta mi indumentaria; abrigo crimson con motivo de rombos blancos, falda negra y botas, lazo y guantes blancos.
Arquee la ceja con el ceño fruncido, Rosalinda comenzaba a disiparse en forma de humo, al igual que había ocurrido con la espada.
Si no fuera porque vi como los murciélagos muertos comenzaban a descomponerse, hubiera jurado que era un humo normal y corriente. Pero no, era veneno.
Fue una sensación dolorosa, pero la aguanté. Noté como en mi espalda nacían un par de alas de murciélago, pero mas resistentes que la de los normales.
Me levanté en la rama de la araña observando como el humo se dispersaba con rapidez por el suelo para seguir emanando de la nada y obteniendo volumen.

—Tks.

Tenía que pensar rápido. Pero un sonido desvió mi atención. ¿Había sido un grito? Si, lo hubiera jurado. Era la voz de Deidara. Pero allí no había nadie que no fuéramos nosotras. Una vez mas estaban lo suficientemente sordos para no atender a nuestra pelea.
Volví a centrarme. El humo avanzaba, estaba a punto tocarme. Escuché una risa irónica. ¿Otra vez? El sonido me recordaba a alguien, pero no lograba recordar a quién pertenecía.
Fruncí el ceño. No me quedaba ninguna salida. Estaba entre el humo y la pared, literalmente.

Gaab.

 —Eso es. —pensé en alto.

No pude evitar reír.
Estaba apunto de invocar a Gaab. La recordaba: un demonio bajo mi posesión. Rubia, siempre vistiendo de rojo. Un mujer. Creaba agujeros negros que conducían a donde quería. Podía ocultarme en alguno, usarlo como portal.

Estaba a punto... pero no.
El humo me había alcanzado, y entre él vi a Rosalinda con una sonrisa siniestra portando la espada que seguidamente intentó clavar en mi estómago.
Aquello sin duda hubiera funcionado, de no ser porque nos interrumpieron varias risas.
Risas que Rosalinda había reconocido y por ende habían distraído.
Una risa mas siniestra que su sonrisa, pero ligeramente infantil. Otra risa sonora y melodiosa.

El echo de que se hubiera distraído trajo consigo que cayera sobre mi, y a su vez que yo perdiera el equilibrio de la rama para caer al suelo. Fue un impacto doloroso, que hizo resonar el mármol roto.
Fue incomodo para ambas. Mi intención era apartarla, y aprovechar para atacarla, pero había sido más rápida de lo que pensaba. Se había levantado con agilidad, buscando el foco del cual salían aquellas risas.
Inqué rodilla en el suelo mientras dibujaba una sonrisa burlona, solo para provocar, en mi rostro mientras la miraba.

—¿Te suenan?

A diferencia de Rosalinda, que sabía de quienes se trataban, yo tuve que deducir aquellas carcajadas. La risa infantil se trataba de Coraline, y la melodiosa de Sheila.
Ahora, ¿por qué reían? Quién sabe.
Rosalinda me dedicó una mirada asesina y prepotente.
Mi única respuesta fue una sonrisa maquiavélica.

¿Qué podría deciros? No es que no supiera que me jugaba la vida. Por cada acto que cometía, me jugaba un arrebato asesino ya fuera de Rosalinda o de cualquier otra persona.
Pero en aquello se basaba mi actitud.

Pudimos ver como se formaban dos pequeñas luces. Una era roja, como la sangre, mientras que la otra se tornaba de un seductor naranja.
De una de ellas, vimos aparecer a una niña. No tendría mas de 11 o 12 años. De cabello corto, fino y albino. Sus ojos eran grandes y de color rubí.
Llevaba puesto un bonito vestido carmín con decorados en negro. Sin embargo, pude ver que un lado del vestido era blanco y que poco a poco había comenzado a degradarse hacia el rojo. Tras respirar hondo me percaté. Aquel no era el color natural del vestido.
Se había teñido de sangre.
Mostraba una amplia sonrisa, infantil, mientras entrelazaba las manos tras la espalda.

—¡Coraline! —exclamó Rosalinda, con un deje de entusiasmo que intento disimular dando paso a un tono preocupado.

—No te olvides de mi. —escuchamos decir a la otra muchacha.

De la luz Naranja, había aparecido otra joven. Más alta que la anterior. Mayor que Coraline.
Tendría, unos 15 o 16 años. Su cabello era largo, recogido en dos coletas laterales. Lo curioso de este era que mantenía un color único,
Comenzaba con el Amarillo, degradaba en Naranja, y acababa en un tranquilo Rosa.
Sus ojos, igual de grandes que los de Coraline, dejaban ver otras dos joyas; Zafiros.

—Sheila, estas aquí. —Tuve el placer de robarle las palabras a Rosen.

sábado, 24 de agosto de 2013

♦Bienvenido al Pandemonio♦



Capítulo: 9.


En aquel extraño sueño, escuchaba constantemente una risotada que me obligaba a cubrir mis oídos.
"Despierta" me decía, me obligaba, me tentaba. La voz era similar. Tan similar como que era la mía.
En aquel sueño me dolía todo el cuerpo. Tan solo respirar era doloroso.
Un dolor agudo que me recorría en silencio.

No me dí cuenta hasta el momento en que quise moverme, pero allí conmigo estaban Khalius, Macius y Diddi. Apenas les escuchaba como era debido. Los oídos me pitaban y los tenía taponados.
Por lo que pude escuchar, Rosalinda había desaparecido tras nuestro encuentro aparentemente fortuito.
Por no querer interrumpir me quede quieta.
Escuchaba la voz infantil de Deidara tomando el control de la situación. Sentenció el echo de que Rosen había desaparecido  y por tanto, practicamente, obligó a Khalius a buscarla y por contrayente Macius le acompañaría. Una vez hube escuchado el sonido de la puerta de la habitación cerrase abrí los ojos.

—¿Cuánto tiempo llevas consciente? —preguntó con deje severo mientras tomaba asiento en el sillón que había junto a la ventana; mi sillón favorito.

Pese a mi estado pude dejar escapar una pequeña risa algo irónica.

—Quién sabe. —amplié la sonrisa y giré la cabeza hacia donde ella se encontraba: Mirando la ventana como si esperara la aparición de algo o alguien.

No sé si fue impresión mía, pero su rostro denotaba preocupación, tristeza y furia. Todo aquello escondido tras su carita infantil.

—¿Cuánto tiempo llevo dormida?

—Poco más de tres días. —respondió al instante curvando un ademán molesto.

Si no fuera porque ya la conocía, mas de lo que antes, hubiera coincidido, con el reflejo del cristal, en que no era ella misma.

Con aquella sonrisa en la comisura de los labios retiré las sábanas que me cubrían y la compresa que ya llevaba más de una hora colocada en la frente. Tenía la misma ropa. Sin embargo mis rombos, anteriormente blancos, ahora eran de color carmín. Y lo mismo ocurría con los guantes.
Fruncí el ceño algo molesta, no por el olor a sangre seca que a decir verdad me agradaba, sino por el echo de que mis guantes se hubieran manchado. Siempre intentaba mantenerlos impolutos.

—Tienes ropa limpia en el vestidor. —comentó de repente provocando que me diera la vuelta para observala.

—¿La misma? —pregunté deslizando los guantes de la mano y desparramandolos de cualquier manera sobre la cama.
La conversación era de lo más extraña. Parecíamos desconocidas que se acababan de encontrar y estaban obligadas a entablar una conversación.
Sin esperar ninguna respuesta, abrí las puertas que conducian al vestidor.
En efecto, ahí habia ropa limpia o nueva. No eran las mismas que llevaba, pero estaban limpias y no rasgadas y cubiertas de sangre seca.
No tarde tiempo en cambiarme. Era un vestido blanco y sencillo, con adornos de rosas celestes y un lazo ceñido a la cintura. Sin embargo no había zapatos por lo que salí descalza del vestidor.
Una vez fuera sacudí la cabeza mostrando un semblante serio.

—Vamos. —sentenció antes de que pudiera articular palabra alguna. De echo ella ya estaba en el marco de la puerta sujetando el pomo de esta.

No me molesté en preguntarle hacia donde nos dirigíamos.
Al cruzar la entrada principal vi como todo estaba intacto, como si ahí no hubiera ocurrido nada. Apreté los dientes con fuerza al recordar los golpes que Rosalinda tan amablemente le había proporcionado a mi cuerpo.
Pronto llegamos a un gran salón, que al igual que la mansión Bernaskell, estaba decorado al estilo Victoriano. Lo que más me agradó de aquel lugar fue el color blanco brillante de sus paredes, el negro oscuro de sus muebles, y los decorados color del oro.
Al terminar de observar el lugar, pude ver que había personas a las cuales desconocía completamente. Tan solo dos caras me eran familiares. Las de Deidara y Coco.

Diddi cruzó la habitación sin vacilar un instante hasta llegar a la ventana. Esta ofrecía una vista, que a mi en especial me encantaba. Un cielo encapotado y oscuro que avecinaba una preciosa tormenta.

—Ya pensábamos que no despiertarías. —tomé aquellas palabras, como una forma de saludarme por parte de Coco.

— Vaya, pues sorpresa.

Era evidente que no me sentía con ganas de entablar una conversación con nadie. Me hervía la sangre al recordar todo.
Desvíe la mirada hacia las demás personas. En su mayoría todos iban de negro, exceptuando una persona que vestía el mismo uniforme de Khalius y otra que parecía no tener nada que ver.
No me hizo falta hablar, la expresión de mi rostro preguntaba por si sola.

—Son componentes de Lilium, y aquellos dos —explicó Deidara señalándolos— son compañeros de Khalius.

No los saludé, tampoco hacía falta.
Salte la mirada de Deidara a Coco y de ella a la ventana. La atmósfera era rara, o quizá yo la sentía diferente.

—¿Qué hacen aquí? —pregunté con brusquedad.

Cuatro personas de Negro. Una de Blanco. Y otra, que nada tenía que ver con ellos. ¿Dónde estaban Khalius y Mark?

—Acabamos de llegar. —respondió uno de los jóvenes en  tono burlón.

El chico que se había tomado la molestia de responder, parecía ser uno de los compañeros de Khalius.
No vestía de Blanco con detalles en lustroso Dorado, como Khalius. Tampoco de Negro con detalles en Blanco, como  Mark.
Lo suyo era una mezcla. Vestía de Blanco y a su vez de Negro.
No lo había visto en ninguna otra persona, y eso de se debía a que, sencillamente, nadie más podía vestir así.
Fue algo de lo que me di cuenta posteriormente.

—Arg. —musitó Coco para si, con deje molesto—. Ese es Alexander.

—El de Blanco, como Khalius, es Erick. —escuché decir seguidamente, a Deidara.

Curvé una sonrisa irónica.
Entre una cosa y otra, el ambiente se cargaba más.
Los jóvenes de Negro, se mantenían el silencio mientras Alexander, con su sonrisa burlona, y Erick, con una sonrisa déspota, eran la principal atracción.

Alexander no solo me llamó la atención por los colores que vestía. También fue por el echo de que era rubio.
Si, por ese detalle. No tenía el cabello negro y los ojos verdes a los que estaba acostumbrada.
No era la primera persona de cabellos rubios a la que veía. Coco era rubia, de ojos rojos, y la veía la mayoría del tiempo. Pero ver a un chico rubio fue extraño.

Por otro lado, Erick me recordó a Leo. No por sus rasgos, pues su cabello no era negro, como el de él. Ni sus ojos eran verdes.
Su cabello se tornaba del color de las hojas de Otoño. Una mezcla entre castaño y rojo. Mientras que sus ojos eran Grises. Me recordó a Leonardo por su sonrisa déspota.

—Alexander Medio y Erick Pierce. —especificó posteriormente Coco con desagrado. Algo la había molestado.

Arrugé la nariz. ¿De que me servía las presentaciones? Lo ignoré todo asintiendo como si aceptara lo dicho. Cuando ciertamente, me daba igual quienes fueran o dejaran de ser. Tenía mi atención puesta en Rosen.

—¿Sabéis algo de Rosalinda? —pregunté con tirria.

Alexander, quien en ese instante estaba distraído con un libro, desvío la mirada para observarme extrañado.

—Ah, ¿no lo sabe? —cuestionó con expresión jocosa mientras cerraba el libro haciendo que emitiera un sonido hueco.

—Para eso está aquí Alexander —explicó Erick.

Enarquée la ceja. Intentaba ignorar todo tema que no tuviera que ver con Rosalinda, y esos individuos parecían tener la solución para poder encontrarla.

—¿Y bien? —Era como si esperasen un asombro o alguna queja—. ¿Sabéis donde esta?

—Que borde. —sentenció Alexander mientras tomaba asiento en uno de los sillones libres, junto a los cuatro jóvenes que vestían de negro.

 —La verdad es que no, Khalius nos acaba de llamar. —respondió seguidamente Erick. Como si intentara restar importancia al comentario, totalmente trivial, que había echo Alexander.

Coco, frunció el ceño al mismo tiempo que se levantaba, y salía de la habitación sin mediar ninguna palabra. Desvíe la mirada hacia ella para observar como se iba, y después la coloqué en Deidara.
Parecía que algo había ocurrido en mis tres días de ausencia. Era normal, en mi, ignorar cualquier cosa. Ser borde, fría y distante con cualquier persona.
No era normal en Coco, y mucho menos en Deidara.
Lo ignore.

—El tema es que envíe a Khalius a investigar con Mark. Pero me encontré con que Khalius puso tanto a Alexander como a Erick al mando de esta búsqueda. —explicó nuevamente Diddi con enfado mientras dejaba de observar la ventana para posar sus grandes ojos amarillos en mi indumentaria—. Te queda bien.

No supe si tomarme aquello con ironía o no. Fuera como fuese, curvé una sonrisa cínica y pose la mirada en Erick.

—Entonces tardías en buscar informa... —dejé aquella frase sin terminar ya que aquel individuo, el Rubio, había decidido interrumpirme.

—Estamos aquí para buscarla, puesto que vosotras, obviamente, no podéis. No llegues como quien no quiere la cosa y nos digas que tardamos en encontrarla.

Rechisté frunciendo el ceño. Seguidamente asentó burlona.

—Si preferís quedaros quietos ahí, disfrutando del sillón, adelante. A muchos por todo Bernaskell.

En el tiempo que me había tomado 'charlar' con aquel sujeto, Deidara había aprovechado para dirigirse hasta la puerta para cortarme el paso y evitar que me fuera de la habitación. Cosa que había intentado hacer.

—Tampoco me caes bien. El desdén entre todos, es mutuo. —comenzó a decir la pequeña peliazul, refiriéndose a Alexander, con el ceño ligeramente fruncido— Desgraciadamente, tenemos que cooperar. Haced vuestro trabajo, y no insistiremos.

Desvíe la mirada a Erick, quien intentaba ocultar una sonrisa. Mostré un semblante serio y enojado mientras desviaba nuevamente la mirada a aquellos que guardaban silencio en el sofá.

—¿Que pintáis vosotros aquí? No habláis, no hacéis nada. Largo. —Ordené.

Para mi sorpresa, me hicieron caso. Se levantaron, y marcharon de la habitación.
Alexander dejo escapar una sonora carcajada al mismo tiempo que introducía las manos en los bolsillos del pantalón y caminaba tras los jóvenes. Se detuvo frente la puerta, recogió la chaqueta blanca de su traje, la cual lanzó hacia la espalda para seguidamente sujetarla tan solo con el dedo corazón y giró un poco el rostro.

—Avísame cuando todo termine, Erick.

***

Me había tomado la molestia de volver a desordenar la habitación: sabanas por el suelo, sillas astilladas, ropa desparramada, alfombra manchada.
Las doncellas entraban todos los días. Y la habitación siempre estaba ordenada.
En aquella ocasión no. Tuvieron que hacer su trabajo y dejar todo como estaba.
Había desistido de la idea de cooperar con aquellos individuos. Ni el uno ni el otro eran de mi agrado. Y si algo no me gustaba, sencillamente, desaparecía o era ignorado.

Busqué a Khalius en un arrebato de furia para pedir explicaciones.
Me comunicaron que tanto él como el mayordomo, Mark, habían tenido que salir de imprevisto de la mansión, y que por tanto el mando lo tenía Alexander, por ordenes del Lord.
Leonardo tampoco parecía estar por ningún sitio. Y eso ya me desconcertaba.
Di un paso para volver a mi habitación.

Allí estaba ella. Frente a mi, con una sonrisa cínica de oreja a oreja y con el brazo extendido sujetando lo que parecía ser una espada.

—¿Dónde están mis hermanas?