lunes, 3 de diciembre de 2012

♦Bienvenido al Pandemonio♦



#Las memorias de Lucy Nakazawa.

Capitulo 6.

Había perdido la noción del tiempo.
Me había adentrado en un mundo de conocimientos, o mejor dicho, de respuestas. No entiendo cómo, pero conseguía leerme grandes libros, en un tiempo similar a dos horas.
Había leído sobre seres mitológicos, Dioses y Deidades. Titanes y Titánides. Sobre Princesas, Pecados y Demonios. Sobre grandes poetas, escritores, filósofos, y oradores.
Había visto centenares de libros, acumulando polvo, en los estantes del final de la biblioteca. Libros, interesantes y menos interesantes, pero libros al fin y al cabo.
Libros trágicos, terroríficos, y dramáticos. También cómicos, e incluso románticos.
Cuando quise darme cuenta, a mi vera había un joven.


Sostenía en sus manos un libro titulado: “El Príncipe de la Niebla”. Ya lo habia leido. 
Éste a pesar de sus pocas páginas, me había costado leerlo, pues la intriga me podía, e incluso dejaba de leer para tranquilizarme. Me costó aun más terminarlo; fue un final triste, y quedé llorando algo más de media hora. Me sorprendió aquella reacción, nunca había llorado o por lo menos eso pensaba.
Aquel joven, era Khalius. Su cabello lucía más corto. No vestía su típico uniforme, y su expresión era despreocupada y raramente picarona.
Me había quedado dormida, por lo que pude asociar.

—Te despertaste. —confirmó cerrando aquel libro, el cual emitió un sonido hueco. Desvió la mirada hacía donde me encontraba. Estaba rodeada por docenas de libros apilados y desperdigados por el suelo y la alfombra bermellón del lugar.

—Aquella joven... Yo… Perdón Khalius. —no logré terminar ninguna frase. La mirada que Khalius me ofrecía me intimidaba, y para más decir, sentía remordimiento y culpabilidad al haber salido de aquella habitación de tal forma.

Éste sonrió de lado colocando el libro en su respectivo espacio. 
La mezcla en mi interior de sentimientos y emociones era sorprendente. Y me ofuscaba saber que lo podía sobrellevar. Una pequeña parte de mi, quería gritar, correr, sonreír; ser feliz. Otras, sentían aversión, desdén, ira, rabia, hostilidad e irritación. Confusión, miedo, terror y curiosidad. E incluso, había una parte que se sentía quebrada, rota, y quería llorar. Sin embargo no podía. Todo aquello oculto tras una leve sonrisa, para los demás.
Khalius, se sentó en el suelo, más bien en la alfombra, y me observó. Tenía, gravadas tanto en las manos como en la cara, los hilos rojos de la alfombra.

—Ella, es una compañera tuya, Lucia. —me explicó de repente, intentando evadirme del temor que había sentido hacia aquella joven. Realmente, ese temor ya no estaba en mi cuerpo, pero no dije nada. Quería que Khalius, por una vez, terminara de explicarme algo, o en esta ocasión; comenzara. 

—Te voy a contar una historia —continuó hablando. Ladeó la cabeza observando donde nos encontrábamos, y con ello los libros que estaban en el suelo—, La Biblioteca, es grande, puede ser que no lo hayas leído aún. Prefiero contártelo yo, antes de que lo leas por ti misma.

Sus palabras, no me encajaron en un principio. Más tarde, intentaría asimilar todo con paciencia.
Me había explicado la razón de mi existencia, el por qué estaba allí, y el por qué era como era.
“Los 7 Pecados Capitales.” Fueron sus primeras palabras antes de empezar a explicarme. En ese instante, recordé que había leído un libro titulado así...bueno, leerlo no. Simplemente lo había ojeado. Había otros libros, que me llamaban más la atención.

Cuando las escuche, mi cuerpo se sintió pesado, y mi corazón agitado. Era como si, impensadamente, hubieran soltado un peso indefinido sobre mi cuerpo.

—Tú ya has visto a esa joven antes. Tomabas el té con ella. Jugabas con ella, luchabas con ella. Deidara, ese es su nombre. ¿Verdad? —mi mentalidad se dejo llevar, y mi cabeza asintió. ¿Por qué lo había echo? Desconocía el nombre de aquella muchacha, hasta aquel momento. Por alguna razón ya me lo sabía.

—Escucha Lucía, —continuó—, antes de contarte cualquier cosa, quiero que me respondas a unas, pequeñas, preguntas.

Volví a asentir, sus palabras, en cierto modo, eran hipnóticas.

—¿Pereza?, ¿Lujuria?, —comenzó a preguntar— ¿Gula?, ¿Envidia?, ¿Soberbia?, ¿Avaricia?... ¿Ira? —cada pregunta era como una puñalada en el corazón, por cada cuestión, mi corazón se agitaba, se aceleraba, quería salir de mi pecho. Fue extraño, pero tenía las respuestas a esas preguntas.

—Damn… Coraline… Sheila... Diddi… Rosalinda… Coco... —en su última pregunta me detuve. El nombre que había surcado mi mente, trajo consigo pequeños recuerdos. Algunos alegres, otros malos, tristes y dolorosos. Recuerdos manchados de sangre, recuerdos teñidos de varios colores. Era aquel nombre que recordaba, junto al mío—: Némesis.


Antes de que respondiera, ya habían pasado varios minutos, y Khalius me estaba zarandeando. Suspiró al escuchar por fin mi respuesta.

—Esos nombres, son los de tus compañeras. —reafirmó Khalius—, Verás, la mansión Bernaskell es la gran fachada de un proyecto llamado “Lilium”. Esto… me explico: Hace poco, dos años quizás, se nos informó de que se había descubierto un gran portón, en uno de los bosques de Hallowfell. Fue una noticia que recorrió todos los oídos de la nobleza, y también la de los transeúntes. No obstante, para éstos, se convirtió, con suerte en un rumor. Después de innumerables investigaciones, financiadas por aquellos nobles con ansias de poder, descubrimos, que aquel portón era la puerta que conducía a un lugar llamado “Pandora”, aunque los investigadores lo denominaron “Pandemonio”, ya que, para ellos, Pandora, fue un legado de Dios. y aquel lugar, obviamente, no lo era.
Descubrimos varias cosas de aquel lugar. Era algo similar a un mundo paralelo. Allí vivían, por lo que pudimos observar; personas, demonios, y es de suponer que más seres.
» A partir de más y más investigaciones, nos enteramos, difícilmente, de que los Siete Pecados capitales, tenían que ver con el Pandemonio. Pero... ¿Cómo abrir la puerta con esa información? ¿Cómo conseguíamos siete pecados? A pesar de que muchos condes y monarcas se rehusaron, para conseguirlo, fueron requeridos sacrificios, tanto para entrar, como para conseguir abrirlo. Como estaba previsto por "los traidores", osea nosotros, fue en vano, ya que o nunca regresaban, o morían en el intento de abrir el portón…

Khalius, se detuvo, no sé si porque había acabado de contar la historia, o porque me quería dejar tiempo para asimilarlo.. Había escuchado su pequeña historia, si es que se podía llamar así, con aquellas dos orejas que tenía, y había entendido todo. Ahora lo intentaba asimilar.

—Lucía, tú eres uno de esos pecados. Sinceramente, no sé cómo llegaste aquí, quizá fueran las pruebas que hicimos, que te sacaron de aquel lugar. Sí… —soltó una pequeña risotada sarcástica—, eso fue lo que pensamos en un principio, pero más tarde nos dimos cuenta de que los verdaderos pecados que necesitábamos, estaban allí, en el Pandemonio, pero de pronto desaparecieron.
Se habían disipado en el aire, no había ni rastro de ellas.

» Y ahora, y por eso, esta aquí Leo. Deidara, o Diddi, como la llamas tú, es una de tus compañeras, y otra llave para volver ha abrir el Pandemonio.

No sé qué ocurrió en ese momento. Mi cuerpo estaba entumecido y tenía los labios humedecidos en saliva. Estaba preparada para hablar, pero en el mismo instante en el que iba a pronunciar su nombre, alguien abrió la puerta sin respeto y con brutalidad.

—¡Milord! ¡Milord! ¡Ha habido un fallo! —exclamó un hombre, adulto, mayor; maduro. Vestía, al igual que Macius, de negro. Chaleco, pantalones, zapatos, guantes y pajarita. Lo único blanco era la camisa, y su cabello que a diferencia del de Khalius, marcaba su edad.

Ambos volteamos la cabeza rápidamente hacía aquel individuo.
Khalius se levantó rápidamente haciéndole una seña al hombre. Claramente decía que se marchase.

—¿Qué esta pasando Khalius? —me apresuré a preguntar algo alterada por los gritos que había dado aquel individuo. Seguidamente, me levanté aturdida. Mi cuerpo seguía entumecido, por lo que me dolieron ciertas partes al elevarme.
Éste se limitó a chasquear la lengua contra su paladar y a mirarme. Era una mirada que ya explicaba que algo andaba mal, sin embargo me lo comentó mientras me cogía fuertemente del brazo y me arrastraba fuera de la Biblioteca.
—Han venido a buscaros, seguramente.

****


Khalius mantenía una mirada severa mientras caminábamos tan rápido como nos lo permitían nuestras piernas. Yo intentaba seguir el ritmo tanto como podía para no molestar más de lo que que ya había hecho. Mientras caminábamos, pensaba en lo que Khalius me había contado. Pensaba y asociaba hechos y recuerdos. Intentaba no hacerlo, mi cabeza lo rechazaba, pero una parte de mi sabía que lo necesitaba, y que tarde, o temprano lo tendría que hacer. Preferiría, tarde.
Durante el trayecto, que no fue tan largo, pero a mi me pareció una eternidad, nos encontramos a Mark, el cual había estado buscando a Khalius todo este tiempo. Por lo que pude escuchar, débilmente, pues entre el sonido de los andares, y mis pensamientos, a penas podía escuchar incluso mi nombre. Como decía; Por lo que pude escuchar de Macius, aquel proyecto que había mencionado antes Khalius, había tenido problemas, y se habían encontrado varios hombres muertos en el suelo. Aseguraban que unos tenían dos orificios en el cuello, como los que dejaban los vampiros. Que otros, aparecían estampados contra las paredes, llenos de cuchillas en el cuerpo, y que incluso otros aparecieron totalmente desmembrados.

Khalius aligeró el paso mientras Mark le hablaba. Era de suponer que la situación no le gustaba.
Me sorprendió comprobar, que lo que Mark le había contado a Khalius fuera verdad. No porque creyera que mentía, sino porque, simplemente, eran hechos desatinados.
Era verdad. Aquella habitación estaba llena de sangre por todos lados. Cadáveres yacían en el suelo, algunos enteros, otros no. Algunos sin sangre, totalmente deshidratados, otros encharcados en ella. Mark, que era el que estaba más cerca de todo, cerró los ojos mostrando un ademán de desprecio. Seguidamente estiró el brazo, lo encogió y lo llevó a su espalda; de la cual obtuvo una daga color plata. Khalius, permaneció en silencio viendo aquella masacre como un niño observa un dulce. . Estaban raramente tranquilos, como si ya hubieran visto una escena similar anteriormente. En ellos quizá, pero ¿en mi? ¿Por qué estaba yo tan tranquila? ¿Por qué me pareció algo normal? Es más, ¿por qué me sentí atraída por aquella sangre?
Macius volvió a estirar el brazo cortándome el paso. Fue como si supiera que iba a dar un paso hacia delante. Le miré y seguidamente bajé la mirada.
Mantuvimos un silencio triple. El cual se vio interrumpido por unas risas picaras que no pude identificar. Sonaban en eco; rebotaban en las paredes varias veces, llegaban a nuestros oídos, y volvían a salir.


Un individuo joven, alto, y encapuchado, apareció de repente en aquel lugar. Posándose encima de uno de los cadáveres y manteniendo el equilibro en su piel blanda y fría. Ya casi putrefacta. Vestía una túnica negra, con los bordes en crimsom, que apenas se podían apreciar. La capucha no permitía ver su rostro, pero sí una compleja sombra.

—Né-me-sis. —era una voz extrañamente familiar, de una joven, eso no cabía duda. Una voz aparentemente amable, pero tétrica, y frívola.


Mark, colocó la daga enfrente de él, manteniendo la guardia. Su ojo derecho, había comenzado a brillar, y de el emanaba una preciosa luz esmeralda. Apenas, se le podía ver el Iris. 
Si se movía, aunque tan sólo fuera un momento, se podía apreciar como de aquel ojo, surgía un pequeño hilo de luz color verde. 
No me sorprendió. Creo que después de haber visto aquella escena sádica, nada me podría sorprender.
Aquella muchacha retiró la capucha. Su cabello estaba recogido en dos trenzas, y era de un raro color entre malva ceniza y rosa. Lo mismo ocurría con sus ojos, eran de distinto color, uno rosa, y el otro violeta. Heterocromía sin duda alguna.

—Mira que dejarnos solas, Némesis. —volvió ha hablar mientras alzaba la mano. En ella llevaba varias cuchillas, una por cada espacio que había entre los dedos, todas teñidas de rojo. Lamió la sangre de las cuchillas como si no pasara nada y esperara una respuesta.

—¿Quién eres tú? —se adelantó a preguntar Khalius— ¿Qué has venido ha hacer a este lugar?

Mantenía un semblante severo, frío y decidido. No parecía el Khalius infantil y glotón que había conocido.
Aquella joven se llevó los brazos al estomago, mientras se reía. Aquella actitud me molestaba, y mucho. Pero no dije nada. Estaba atontada, algo aturdida, por su voz.


—¿Quién soy? ¿Qué hago en este lugar? —la joven frunció el ceño. Fue un segundo, y ni eso. Estiró el brazo, sacudió la mano, y de ella, una cuchilla pasó rápidamente por la mejilla de Khalius, así cortándola. 
Mark, no pudo hacer nada, y eso me sorprendió. Fue como si el tiempo se hubiera detenido, sólo para que aquella cuchilla llegará a su destino, si o si.

—¡Sois vosotros, los que habéis estado jugando con Pandora, cuando esta vez no os hemos hecho nada! —contestó molesta mientras bajaba la mano—. Mi nombre es Damn. Quizás, me conozcas como “La Rosa”, “La Morada” o mejor aún; “La Pereza.”

Alcé la vista sorprendida al escuchar su nombre, y como se suponía que se la debía conocer.

—Oh.. –Khalius mostró una sonrisa arrogante, lo que le hacía responder con ironía:— Y decían que la pereza era el pecado más tranquilo de todos.

Damn soltó una gran carcajada, al escuchar las desdeñosas palabras de Khalius, y después me dedicó un mirada fulminante, lo que me hizo retroceder un paso.
Choqué con algo, o más bien alguien. Era aquella joven; Deidara, la cual mantenía una sonrisa igual de soberbia que la de Khalius.

—Sí, eso decían Khalius. –Respondió repentinamente ella.

Me sobresalté. No sabía donde colocarme, o qué hacer.
Aquello, desde un principio, no era ninguna conversación. Khalius y Macius, mantenían un semblante severo. Mientras que Damn, y Deidara, se comunicaban mutuamente a base de sonrisas irónicas y miradas, prácticamente asesinas.

—La gente dice mucho sin conocer. –miró hacia la derecha y a la izquierda. Arriba y abajo. Todo el lugar seguía lleno de sangre, ahora seca, pero sangre,— Pero no me atribuíais todo el merito a mi sola, por favor. –río tétrica, y seguidamente añadió:— Cuando ella empieza a beber sangre, se vuelve avariciosa.


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