lunes, 17 de diciembre de 2012

♦Bienvenido al Pandemonio♦


#Las memorias de Lucy Nakazawa 

Capítulo 8: 

—¿Hum? —miré de reojo a Coco, que tranquilamente me había mordido un dedo, mientras Deidara intentaba subirse encima de mí.

Ya había trascurrido algo más de tres meses desde el pequeño incidente con el falso pecado capital, y las demás cosas. –No las relato porque fueron un poco “trauma” para mí. ¿Vale? Muy bien.– Fueron días tranquilos, dentro de lo que cabe, en un ambiente como aquel. Días llenos de preguntas y de respuestas. Días en los que el sol brillaba con intensidad, lo cual me hacía odiarlo, y sin embargo a Coco le encantaba. Solía salir con la servidumbre de la mansión, las cuales le sujetaban varias sombrillas para no quemar su piel de porcelana. Diddi, también solía salir a jugar con Coco, pero pocas veces. No porque no quisiese, digo yo, si no porque no le agradaba tanto el sol como a ella. En cuanto a mí; los días de sol, me quedaba en el salón, a oscuras, frente a la chimenea observando como las llamas subían y bajaban entre amarillo y naranja. El bailar de éstas me recordó la voz de una joven cantando, en aquel momento no presté mucha atención. También hubo días de tormenta, mis preferidos con diferencia. Me gustaba salir a la terraza y oler la humedad después de una intensa lluvia. Me gustaba ver como las gotas de agua recorrían lentamente las ventanas, y escuchar como el viento silbaba entre los árboles desnudos. A Coco también parecía gustarle algunos días de tormenta, sobre todo los que desprendían rayos. 
Sin embargo, escondido tras aquellos días, hubo días melancólicos, días en los que Khalius estaba enfurecido, y días en los que a 5 minutos más y aquella mansión victoriana quedaba reducida a escombros. 
Dejémoslo así: Días extraños.  
 El enterarme, nuevamente, de que Coco y Deidara eran compañeras, por llamarlo de alguna forma, no me chocó tanto como parecian esperar. Incluso el que me dijeran que Coco era algo asi como mi hermana menor, me fue muy fluido. Una parte de mi esta alegre por saber que tenia alguien a quien poder llamar familia, y la otra le importaba lo mismo que el polvo; Nada.
No me enfadé, estaba tranquila y paciente, cavilando la situación. 
Khalius, se había convertido en una figura paterna para aquellas dos: lo seguían a todas partes, le pedían regalos, e incluso el arroparlas en el momento que iban a sus habitaciones.
Fue alucinante. Nunca antes me había aplicado el dicho: “No juzgues un libro por su portada”, como hasta entonces. Para Diddi, el ver a Leo, había quedado atrás, lo tenia olvidado... por lo que éste pasaba todo el día y la santa noche metido en la mansión discutiendo como un niño con Khalius. En efecto, ya se habían mudado. Mark fue el único que me pareció ver como siempre. Serio, sin expresiones, y educado… claro, hasta que lo escuché discutir con Leonardo, por mancharle su traje. Ese momento fue otro shock a mis memorias. Nunca había escuchado tantas malas palabras juntas en lo que tenía de vida allí. 
De alguna forma u otra, me sentía cómoda. Aquello era algo similar a una familia, sobrecogedora, protectora, amable, cariñosa… Sí, algo similar. 

—Oye… ¡Quita! —zarandeé el brazo de forma exagerada intentando apartar a Coco, la cual había clavado sus colmillos en mis dedos. 

—¡MMMM! —Aquel sonido fue confuso, pero deduje que seria un "No", pues había clavado más sus dientecillos hasta conseguir que del dedo emanara sangre. La absorbió y una vez satisfecha me soltó—, ¡Vale te suelto! 

—Sí, cuando ya has bebido la sangre, ¡Tsé! —contesté enfurecida mientras intentaba quitarme a Diddi de encima—, ¡Deja de hacer el Koala Deidara! 

Ésta sonrió y se aferró más. Estaba claro que me quería hacer enfadar. 
Respiré hondo y miré de reojo a Coco, quien estaba tranquila mirándome inocente con aquellos dos grandes ojos cual sangre. Suspiré, me erguí y deje que Diddi se deslizara hacia abajo. Ya había tenido suficiente; eso pensaba y que equivocada estaba.
En el trascurso del día, no había dejado de observar como un Cuervo nos perseguía a todos lados, por lo que intentaba estar siempre dentro de la mansión. Algo casi imposible, ya que el día era agradable, con algo de fresco, pero el sol brillaba y a Coco le interesaba jugar en el patio interior junto a Diddi. En momentos como ese, me sentaba y esperaba observando al cuervo. Era totalmente negro y ni siquiera se diferenciaban sus ojos del resto del cuerpo. Muchas veces batía sus alas alocadamente, se iba, y volvía sereno. Actos que por segundos me hacia bajara la guardia, pues parecía estúpido, aunque nada de eso. Sabía como arreglárselas para estar encima nuestro todo el tiempo. Dentro de la mansión, continuamente nos observaba por alguna ventana. 
Era tedioso, empezaba a molestarme.


—Oye, Mark, ¿Sabéis de algunos Cipreses o cementerios por aquí? —pregunté repentinamente rompiendo el silencio que se había generado tras mandar a callar seriamente a Coco y Diddi; no me dejaban pensar. 

—No, para nada Miss. La mansión Bernaskell esta alejada del pueblo y por lo tanto también de los cementerios, mercados, y asuntos similares. ¿Ha ocurrido algo? 

Me deslicé en el sillón observando las miradas curiosas de aquellas dos al escuchar que más allá de esta mansión podia haber algo más interesante.

—Hum… Desde primera hora, no dejo de ver como un Cuervo nos sigue a todos lados. —contesté levantándome y acercándome a la ventana para ver si por algún casual el cuervo seguía hay. Y como me imaginé, se había ido. 

Mark, me sirvió un té rojo, al punto, y delicioso, mientras, me explicaba asuntos sobre los pecados. –Normalmente lo hacía Khalius, pero tanto éste como Leonardo, habían salido, pues como aristócratas tenían que cumplir con su Noblesse oblige–. Diddi, tenía un amargo té negro de rosas, y Coco un té dulce con miel. 

—Seguramente, la señorita Deidara y la señorita Coco, recuerden ese cuervo. 

—¡Yo no he visto nada! —exclamó Deidara con la boca llena mientras levantaba la mano con el puño cerrado. 

—Tranquilízate, Diddi —contestó Coco con educacion, mientras elevaba la taza de té hacia la comisura de sus labios—. Yo tampoco he visto ningún cuervo. Pero sí que sé a quien pertenece. 

El ambiente era serio y algo tenso. Nos habíamos quedado en silencio, cada una bebiendo su taza de té, mientras Macius observaba por la ventana el oscuro cielo encapotado que avecinaba tormenta. 

—¿Puede tratarse de ella? —preguntó Diddi adoptando una postura madura. Coco asintió y me miró apartando la taza de té de la mesa. 

—¿Recuerdas a cierta muchacha, de largos cabellos grise… 

—Vieja. —interrumpió Diddi. 

—¡Sh! —Aquel sonido resonó en la habitación haciendo que Diddi guardara silencio y Coco continuara—: ¿A esa joven de largos cabellos grises, y ojos violetas?

Negué con la cabeza mirando a Mark de reojo. Había empezado a llover.

—Os esta hablando de Lady Rosalinda. —contestó El Mayordomo, con algo de énfasis en la palabra Lady. Mostré una expresión confusa, la misma que se pone cuando te cuentan algo inverosímil. 

—¿Lady? —pregunté haciendo caso omiso al nombre. Me llamaba bastante la atención que Macius se hubiera referido a ella como Lady. 

—No esperéis que me dirija hacia una princesa, de otra manera. —respondió dándose la vuelta a la par que volvía a la mesa. 

—Vieja. —volvió a comentar Diddi entre susurros, sin embargo la logré escuchar. 

Deje escapar una risa tan inocente como ironica.

Sí, recordaba a los tres pecados restantes; Soberbia, Gula y como no, Lujuria. Y sí, recordaba sus nombres: Rosalinda, Sheila, y Coraline. Aunque dudaba en muchas ocasiones sobre el nombre de la Soberbia. Sin embargo, no recordaba para nada aquel cuervo.

Suspiré terminando mi taza de té, la cual posteriormente recogió Mark, llevándose también la de Coco y Diddi. 

—Volveré dentro de un tiempo, tengo que organizar algunas cosas con los científicos de Lilium. No se muevan por favor. 

No sé en qué estaría pensando. ¿Coco y Diddi sin moverse? Es como pedirle a un perro rabioso, que no te muerda. 
Nos había dejado solas, sin embargo no había silencio. Coco y Diddi, platicaban… más bien gritaban, sobre quien recordaba mejor Pandora. Y sobre quien tenía razón. Me levanté dirigiéndome a la ventana; seguía lloviendo, quizá con más intensidad que antes, pero lluvia era lluvia. No sé como, pero pude fijarme que en la lejanía, exactamente en un árbol, un extraño bulto negro nos observaba. Quedé ensimismada, en aquel cuerpo, y no me pude percatar de que en la habitación había un silencio absoluto, no muy normal en aquellas dos. Cuando me quise dar cuenta el suelo estaba encharcado en plumas de color negro. 
Tuve un pequeño Déjà vu. La sensación de ya haber visto esas plumas negras en algún lugar inundó mis pensamientos.

—¡Nos ha visitado, nos ha visitado! —exclamó Diddi sacándome del ensimismamiento en el que me había metido. 

—No grites, que estamos aquí Diddi. Algún día me vas a dejar sorda. —se quejó Coco que estaba justamente a la vera de la peliazul. Sin inmutarse por la aparentemente visita de Rosalinda.

Me agaché recogiendo una de las múltiples plumas que abarcaban el suelo. Sencillamente era negra. Totalmente negra. 

—¡No la toques! —Coco se levantó dándome un manotazo para que soltara la pluma, lo cual consiguió. 

—¡¿Qué haces?! —Le grité llevándome la otra mano a la que había sujetado la pluma. Aquel manotazo había venido acompañado de un calambrazo—. Me has dado calambre niña. 

No pude evitar ser borde con ella. Fue algo que me salió sin más. Supongo, que así era yo. 

—Hum, enfádate todo lo que quieras, pero mejor un calambre, a que te quedes tiesa y mustia en el suelo. —Su contestación fue igual de borde y dura que mis palabras, sin embargo se notaba algo de indiferencia en ellas. 
Me fijé que al caer, aquella pluma, había hecho que parte de la moqueta roja de la habitación se pusiera negra e incluso soltara humo, sí. De color Negro. 

—Incluso yo sé que no hay que tocar las plumas de Rosalinda si no quieres acabar muerta tan rápido. –comentó Deidara en un tono burlón mientras hacia todo lo contrario. 
Estaba cogiendo las plumas, sí, pero con unas pinzas de color azul, que sabía Dios de donde las habría sacado. 
Me ofendí, claramente. ¿Qué iba a saber yo? ¡Nada! 
Salí de la habitación enfurecida, dejando a ambas solas. Por un instante deseé que aquellas plumas, ya que eran tan peligrosas, acabaran con ellas. Un arrebato de rabia que se desvaneció al momento.
Caminando, y caminando había logrado llegar a las “entrañas” de la mansión. Y cuando dijo entrañas, claramente me refiero a los caminos Blanco y de Metal que conducían a Lilium; aquella rara organización que investigaba los siete Pecados Capitales. 
Pensé que si me veían, me regañarían, y no tenía ganas de escuchar como nadie me decía donde podía o no podía estar. Por esa razón fui con sumo cuidado por los caminos, evitando a los hombres con uniforme blanco como el de Khalius, y a los de negro como el de Macius.

Sentí que algo me perseguía, me vigilaba e incluso controlaba mis movimientos. Lo ignoré saliendo de aquellos pasillos para volver a acabar en la mansión. En una de sus recepciones. Aquella mansion poseia una amplia y elegante entrada por cada ala que poseia; Norte, Sur, Este y Oeste.  

—Maldita sea. —mascullé llevándome la uña a la boca. Esa sensación no desaparecía. 
Y para empeorar la cosa, escuche el agudo pizzicato de un violín. Ya no cabía duda alguna, Rosalinda estaba aquí. 

Me di la vuelta bruscamente, aquel sonido no había venido sólo. Una extraña ráfaga de viento había logrado lanzarme varios metros atrás hasta impactar mi cabeza con uno de los escalones de las escaleras. Claramente me dolió y mucho. 

—¿Dónde están mis hermanas? —escuché preguntar a una muchacha. Su voz era madura, y elegante. Desdeñosa, pero educada. 

Abrí los ojos, todo estaba borroso y no lograba ver con claridad. 

—¿R-Rosen...? —pregunté tartamudeando a causa del dolor de cabeza.

El haberme dirigido así, con tanta confianza, hacia ella pareció no agradarle. Cuando conseguí ver todo más claramente pude vislumbrar como una figura se mantenía al vuelo frente a mí. 
Poseía un largo cabello plateado que llegaba hasta más allá de la cintura. Su vestimenta era algo extraña pues llevaba un largo vestido negro que terminaba en picos de los cuales se lograba apreciar una cruz inversa contrastando de color blanco. Aquel vestido, a simple vista se observaba que era de una sola pieza. Unas largas mangas, anchas al final, cubrían sus brazos. Su cabeza la adornaba una bonita diadema del mismo color azabache, con una rosa de color violeta en el medio de ésta. En su espalda nacían un par de alas negras, cual cuervo, aquellas que habían originado mi pelea con Coco.

—¿Hum? —descendió acercándose a mí. El sonido de sus tacones era fuerte, decidido e incluso tenían eco—: Escoria. ¡Mis hermanas! 

Sentí como presionaba mi mano, contra el suelo, tan fuerte como podía, magullándola y poniéndola roja, para después cogerme y apretarme más fuerte con sus alas. 
No entendía lo que ocurría, no sólo por el golpe, si no porque tenía entendido que aquella muchacha, Rosalinda, era una compañera.



Me dolía todo el cuerpo, apretaba demasiado y me faltaba la respiración. Ni siquiera noté como me estampaba una y otra vez contra la pared para conseguir su objetivo.

—¡¿Dónde están?! —volvió a preguntar gritando al mismo tiempo que me lanzaba  brutamente contra el suelo.

No entendía nada, no podía protegerme, estaba enfadada al igual de desorientada. El cuerpo apenas me respondía, lleno de hematomas, moratones, y sangre. ¿Porqué los demás no escuchaban el escándalo que había empezado? ¿Coco? ¿Diddi? ¿Estaban sordos o qué…? La cabeza me daba vueltas e incluso sentía la necesidad de vomitar, cosa que no hice, simplemente no me pareció oportuno. 
No sé porqué una pequeña risa irónica salió de mi boca pese a mi situación y estado. Pensé en lo que estaba ocurriendo. Era extraño, mi vida sólo había durado 6 míseros meses. Quería vivir, no me daba la gana acabar así. 

—¿Eso es lo mejor que sabes hacer? —pregunté levantándome como podía, medio moribunda. 

Rosen, echo a reír al escuchar mis palabras. Esbozó una sonrisa maliciosa dándome un fuerte golpe con una de sus alas para volver a estamparme contra la pared. 

—Mírate. Si apenas consigues respirar. —Me dijo con una sonrisa soberbia en la comisura de sus finos labios. 

No recuerdo nada más de aquel momento. En el instante de chocar contra la pared perdí completamente la conciencia.  

martes, 11 de diciembre de 2012

♦Bienvenido al Pandemonio♦



~#Las Memorias de Lucy Nakazawa.



Capítulo 7:


Sería realmente entretenido relataros cómo nos dimos cuenta de que junto a Damn había aparecido otro pecado, y de cómo supimos que ese pecado, en parte era mi hermana menor. Sería, sería... sería muchas cosas. Pero antes que eso, os contaré como nos percatamos de que aquella joven, no era más que una farsante. Me explico: Todos los pecados Capitales tenemos algo que nos identifica como ello. Denominado: Aura.





—Damn Own. Realmente eres una maldición. —comentó Diddi tras un silencio producido al enterarnos que otro pecado andaba suelto por hay, posiblemente matando a más personas.

—Y tú, sigues siendo una niña mimada e irritable. Sólo hay que verte, Deidara. —contestó, aparentemente ofendida mientras se acercaba a ella.

Nuestra presencia allí, era irrelevante. Si nos hubiéramos marchado, estaba más que claro que no se hubieran percatado. No obstante, nos limitamos a retroceder unos pasos, escudarnos y escuchar. Macius, seguía sosteniendo su daga a la altura de los ojos. En un principio pensé que aquella arma no haría mucho, pero preferí no subestimar. Khalius, sin embargo, no llevaba armas. Estaba tranquilo, escuchando y cavilando. Tampoco lo subestimé. 
Desde el momento en que lo vi, supe que era extraño. Glotón, infantil y extrovertido, pero extraño a su manera.
Yo me escondí tras él. No estaba asustada, ni sentía el temor que había sentido anteriormente con Deidara, simplemente me encontraba confusa. Estaba claro, que no me encontraba con personas normales, y que yo no lo era. Muy claro ya me había quedado antes.

Diddi, ladeó la cabeza mostrando una sonrisa infantil. Pareciera que toda palabra o frase que saliera de la boca de Damn, no le afectase lo más mínimo.

—Se palpa la Envidia que me tienes. —dejo escapar una carcajada llevándose la mano derecha a la cara, cubriendo así la mitad de ésta. Fue un acto que me resultó familiar. Yo había hecho lo mismo el día que conocí a Khalius. Era como si algo, o alguien quisiera salir de mi interior, y con ese movimiento lo detuviera—. No esperaba menos de ti, ni de mí.

Damn frunció el ceño molesta, aquel comentario la había tocado.
No sé exactamente cómo ocurrió, pues khalius me tapaba parte de la vista, pero al igual que había ocurrido con Mark, aquella joven sacudió su mano derecha, obteniendo así varias dagas, esta vez de mayor tamaño, las cuales lanzó fugazmente hacia Deidara.

Hubiera sido encantador que aquellas dagas llegaran a Diddi, y se iniciara una pelea, pero no fue el caso. Ni la rozó. En ese mismo instante, Diddi se había visto escudada por una preciosa luz Azul Platino, que emanaba de ella naturalmente. Ya no mantenía una expresión infantil como al principio. Ahora poseía un semblante serio y decidido, con una sonrisa de lado que infundía temor. De entre la luz, se podía ver como una pequeña llave brillaba con cierta intensidad, hasta convertirse en una gran guadaña.
«Artemis...» Fue el nombre que pensé en ese mismo instintivamente.
Diddi, arqueó la ceja observando a Damn, la cual había retrocedido unos pasos con la mano alzada cubriendo su perfil. La pequeña la observaba con unos preciosos ojos ambarinos, similares a los felinos. Era como si la analizase.

— ¿Qué pasa? —preguntó de repente. Mientras, colocó aquella guadaña a su derecha, y con una sonrisa burlona empezó a relatar algo, que me trajo vagos recuerdos color carmín—: Aquel día, el único pecado que faltó, fue la Perez, ¿Sabes?

Lo que había relatado Deidara fue… ¿atónito? Sí, creo que esa sería la palabra.
Ya era la segunda verdad en un día que escuchaba mientras arrugaba con las manos la camisa blanca de Khalius.

— Ese día estuvimos todas, pero tú faltaste. Némesis, Coraline... Rosalinda —note como su voz dudaba al decir aquel nombre—, Coco, yo, e incluso Sheila. Estuvimos presentes el día del Réquiem. Recuerdo perfectamente lo enfadada que estaba Némesis, lo mucho que nos quejamos Coco y yo. La arrogancia de Rosalinda, el hambre de Sheila, lo cual la enfurecía, y las ganas de matar de Coraline. Todas esperando, tks. Y tú sin aparecer, ¿Y ahora te dignas a venir? ¿Quién te crees que eres?

Deidara detuvo sus palabras retrocediendo unos pasos y ante poniendo entre ella y el espacio a su guadaña. Tanto Khalius como Macius, seguían tranquilos y a la par en guardia. Era como si no temieran ser atacados, o algo similar. Damn, estaba quieta, y perpleja escuchando sus palabras. Por un instante pude ver un ademán de preocupación, el cual marchó presto al percibir una sonora risotada en la habitación. La joven peliazul, esbozó una sonrisa despectiva, y mi cuerpo se estremeció. Sentí un escalofrío punzante, y me di la vuelta como todos. Tras nosotros había una pequeña niña de unos 12 años. Su cabello era largo, recogido en una coleta lateral, y de color dorado. Al igual que la rara luz que la envolvía y rodeaba. Me recordó a Deidara. Vestía de rojo; tanto eran los zapatos, como el vestido y el gorro que le daban el aire infantil. Sus risotadas fueron interrumpidas por la voz de Diddi:

—Coco. —esta chasqueó los dedos haciendo así que la guadaña desapareciera. Y que en su lugar floreciera una pequeña rosa de color azul. No lo entendí.

Fruncí el ceño. Aquello claramente era un encuentro, entre Pecadoras. Incluyéndome a mí. Sí, ya lo había asimilado.

—MI rosa. MI hermana. MI mansión. —anticipadamente pensé lo avariciosa que era, y después caí. ¿”Mi hermana”? —sacudí la cabeza. No solucionaba nada formulándome nuevas preguntas y dudas. Lo primero era este extraño acontecimiento.

Aquella joven, la cual fue rápidamente identificada como Coco, ladeó la cabeza contenta mientras miraba a Damn.

— YO sí sé porque faltó. Yo si sé porqué… —levantó la mano señalándola:— sé porque todas estamos brillando y ella no.

Ahí me di cuenta el por qué Macius y Khalius estaban tranquilos. 
Como había dicho coco, estamos rodeados por “luces”. Deidara, por aquella preciosa luz Azul. Coco, por aquella radiante luz Dorada. Y nosotros tres, por una siniestra luz Ceniza, casi Azabache, procedente de mi cuerpo.
Damn nos miró a todos uno a uno. Cuerpo por cuerpo, persona por persona. Observándola, pude ver una vez más aquel ademán de preocupación que posteriormente fue una emoción. Sonreí. Verla acorralada entre Deidara y Coco me dio satisfacción.
Aquella niña, llevaba consigo un gran libro color pajizo, antiguo y bastante usado. Dio un par de pasos firmes, pero igualmente infantiles, adentrándose más en la habitación.

—¿Dónde está la verdadera Pereza? —preguntó Coco con una sonrisa que mostraba unos preciosos colmillos manchados de sangre—: Esta claro que tú no eres un Pecado Capital.

Damn sonrió dando unos saltos hacia atrás para finalmente acabar subida a un cadáver. Sostenía con fuerza sus dagas, e intentaba mantenerse impasible.

—Acusar a un Pecado, de no serlo, es grave. Deberías saberlo, Coco. —respondió al poco tiempo, dejando aparecer tras ella un círculo de dagas los cuales nos señalaban.

Desvié la mirada. Diddi había desaparecido, y con ella su luz y la rosa. Intenté buscarla con la mirada, pero no la hallaba. Quise estar atenta a las pláticas entre Coco y Damn, pero por alguna razón necesitaba saber donde estaba. Lo dejé pasar aún con una extraña preocupación. Sabía que era capaz de defenderse, lo sabía y presentía, pero esa sensación no se desvanecía.

—No. Es grave atacar a Pecados Verdaderos. Es grave, suplantar a un Pecado. —Coco hizo una breve pausa, alzó aquel libro con furia para posteriormente lanzarlo contra Damn—: ¡Mentirosa!

Tras aquel acto, el libro se abrió de par en par. Se podían escuchar relámpagos ahogados por las carcajadas de Coco. Pude ver, tenuemente, como una luz dorada envolvía el libro, como de él surgía otra luz grisácea, y como a Damn la rodeaba una rara luz entre morado y rosa.

—Ella no es un pecado... —musitó Khalius, dejando el tema aun más claro.

Damn, estaba petrificada, por así decirlo. No gesticulaba, no se movía, no pestañeaba. Incluso creo que ni respiró en aquel momento.

—La verdadera Pereza nunca se movería de su lugar. —recalcó Coco sonriendo sádicamente al ver por detrás de la chica una figura azulada.

Yo también la vi. Y deduzco que Khalius y Mark, igual. Solté a Khalius observando con los ojos bien abiertos a la pequeña de cabellos azules. Portaba otra vez aquella arma, y su sonrisa al igual que la de Coco, era sádica.
Ésta colocó sin pensárselo dos veces el filo de su arma en el cuello de Damn, más concretamente en su yugular.

—Ne… me repugnaba la idea de pensar que tú, fueras un Pecado. Ahora que sé que no lo eres, y que tanto Némesis como Coco y las demás no me dirán nada… —detuvo sus palabras rasgando del cuello de la muchacha poco a poco mientras ésta no podía moverse y prosiguió—: te puedo matar. Pero tranquila, ¿querías formar parte de Pandora? Tú alma irá allí. Yo me encargaré de cuidarla e incluso, dará paseos por mi querido Limbo.

Escuchar aquellas palabras de Diddi, me produjo un escalofrío. Sin embargo su acto me agradó. Una vez hubo terminado de hablarle, movió rápidamente la guadaña, rebanando el cuello de la joven, desprendiendo su cabeza de los hombros, a fin de cuentas; Decapitándola.
Un agradable, para mi, olor a sangre de extendió en aquella habitación. Al igual que una preciosa lluvia escarlata caía sobre nosotros.
Me agradó, me entusiasmó, estaba eufórica. No pude evitar que mis labios dibujaran una sonrisa igual de sádica que la de aquellas dos muchachas, mostrando unos colmillos de blanco impoluto.
Solté una pequeña carcajada y me separé de Khalius y Mark, para poder acercarme a la cabeza que había caído rodando a unos metros de nosotros. Me agaché y la cogí por aquellos cabellos de extraño color. Palpaba su sangre, la olía. Aprecié con la mano el hueso roto y sus astillas. Notaba lo que había alrededor de él; carne roja, blanducha y asquerosa.
Giré la cabeza observándola a los ojos. Éstos eran fríos e inexpresivos. ¿Qué se esperaba de un cadáver? Su boca había quedado abierta, y de ella emanaba sangre como si un vaso lleno de agua se hubiera derramado. Sentí como todos me observaban, noté que no era yo.


—Ah, pero si es la hora del té. —comenté con una sonrisa de lado a lado mientras un mechón de mi pelo cubría la mitad de mi cara.

Solté la cabeza lanzándola junto al cuerpo el cual había caído, obviamente, sin vida al suelo.
Deidara se había tirado al suelo rodando sobre de la sangre, como una excéntrica mientras Coco gritaba varias veces “¡Mi libro! ¡Mi libro! Manchado por esa sangre… Tks..!”
Me sentía cómoda. Raramente cómoda. Ya era hora de conocer a mis compañeras.

Khalius dio un paso al frente negando con la cabeza, mientras por detrás Mark parecía hablar por teléfono.

—A Leonardo no le agradará saber lo que has hecho Deidara. —advirtió sujetándome del brazo con fuerza.

— ¡¿Yo?! ¡Pero si ha sido ella por tirarle el libro! —exclamó sorprendida a la par que se levantaba y señalaba a Coco con la guadaña.

Arrugue la nariz, y arqueé la ceja de manera exagerada. ¿Cual? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Qué fue de esa Diddi, sádica que había visto? Quedé aun más perpleja cuando aquella jovencita de cabellos dorados hecho a llorar de la misma manera exagerada en la que yo había arqueado mí ceja.

—¡No es verdad! ¿Verdad que no hermana? —exclamó replicando mientras apretaba el libro contra su pecho y dejaba pasear las lágrimas por su mejilla.

Ladeé la cabeza retirándome el mechón de la cara, para seguidamente soltarme de las manos que me sujetaban. Me había llamado hermana. Sentí felicidad, pero esa aversión e ira no desaparecía. Solté una carcajada y empecé a caminar fuera de la habitación; tanta sangre me atraía demasiado. Temía que ese extraño lado mío saliera repentinamente.

—Es culpa de Damn. Vamos —me detuve volteando la cabeza con una mirada fría e inexpresiva—, me tenéis que contar varias cosas.

Volví a girar la cabeza y reanude mis pasos. No sabía por qué ahora me comportaba de aquella manera. No sabía que haría de ahora en adelante. Por lo pronto tenía hambre y me apetecía una ducha que me ahogara durante un tiempo.
Mark, había dejado de hablar hacia bastante tiempo. Estaba callado y el ambiente era algo incomodo. Khalius, se encogió de hombros mirando a Diddi y Coco, las cuales mostraron repentinamente una sonrisa.

—Vamos, tenéis que cambiaros. Ya —miró de un lado a otro contemplando aquella pequeña matanza— ya vendrán a limpiarlo.

Coco obedeció rápidamente cogiendo la mano de Khalius, como si fuera su padre. Sin embargo Diddi se detuvo observando el cadáver. Pensé que se había arrepentido de su acto, pero todo lo contrario. Se había detenido a coger tanto su Aura como su Alma con una sonrisa malévola. Y aun mas divertido fue verla cojer la cabeza.

—Aun faltan la Hermanas Oscuras. —escuché decir de la boca de las dos jóvenes con un tono burlón y ligeramente infantil.

Rosalinda.., Coraline, Sheila. —añadí, dudando del primer nombre, mientras salía de la habitación guiada por Mark.

Era verdad, aún quedaban tres pecados más. «¿Qué bonita escena color carmín nos traerán ellas?» Pensé escuchando las campanadas de un gran reloj. Fueron tres campanadas, sin contar la cuarta, pues ésta sonó rota.

***

Había algo que no me encajaba. Habían cosas que no tenían respuestas. Y respuestas inservibles.
Había muchas cosas que desconocía.
Pero aquello me dejó pensativa. ¿Por qué Coco había dudado al decir el nombre de la Soberbia?
Y, ¿por qué tuve la misma sensación?

Me dormí.

lunes, 3 de diciembre de 2012

♦Bienvenido al Pandemonio♦



#Las memorias de Lucy Nakazawa.

Capitulo 6.

Había perdido la noción del tiempo.
Me había adentrado en un mundo de conocimientos, o mejor dicho, de respuestas. No entiendo cómo, pero conseguía leerme grandes libros, en un tiempo similar a dos horas.
Había leído sobre seres mitológicos, Dioses y Deidades. Titanes y Titánides. Sobre Princesas, Pecados y Demonios. Sobre grandes poetas, escritores, filósofos, y oradores.
Había visto centenares de libros, acumulando polvo, en los estantes del final de la biblioteca. Libros, interesantes y menos interesantes, pero libros al fin y al cabo.
Libros trágicos, terroríficos, y dramáticos. También cómicos, e incluso románticos.
Cuando quise darme cuenta, a mi vera había un joven.


Sostenía en sus manos un libro titulado: “El Príncipe de la Niebla”. Ya lo habia leido. 
Éste a pesar de sus pocas páginas, me había costado leerlo, pues la intriga me podía, e incluso dejaba de leer para tranquilizarme. Me costó aun más terminarlo; fue un final triste, y quedé llorando algo más de media hora. Me sorprendió aquella reacción, nunca había llorado o por lo menos eso pensaba.
Aquel joven, era Khalius. Su cabello lucía más corto. No vestía su típico uniforme, y su expresión era despreocupada y raramente picarona.
Me había quedado dormida, por lo que pude asociar.

—Te despertaste. —confirmó cerrando aquel libro, el cual emitió un sonido hueco. Desvió la mirada hacía donde me encontraba. Estaba rodeada por docenas de libros apilados y desperdigados por el suelo y la alfombra bermellón del lugar.

—Aquella joven... Yo… Perdón Khalius. —no logré terminar ninguna frase. La mirada que Khalius me ofrecía me intimidaba, y para más decir, sentía remordimiento y culpabilidad al haber salido de aquella habitación de tal forma.

Éste sonrió de lado colocando el libro en su respectivo espacio. 
La mezcla en mi interior de sentimientos y emociones era sorprendente. Y me ofuscaba saber que lo podía sobrellevar. Una pequeña parte de mi, quería gritar, correr, sonreír; ser feliz. Otras, sentían aversión, desdén, ira, rabia, hostilidad e irritación. Confusión, miedo, terror y curiosidad. E incluso, había una parte que se sentía quebrada, rota, y quería llorar. Sin embargo no podía. Todo aquello oculto tras una leve sonrisa, para los demás.
Khalius, se sentó en el suelo, más bien en la alfombra, y me observó. Tenía, gravadas tanto en las manos como en la cara, los hilos rojos de la alfombra.

—Ella, es una compañera tuya, Lucia. —me explicó de repente, intentando evadirme del temor que había sentido hacia aquella joven. Realmente, ese temor ya no estaba en mi cuerpo, pero no dije nada. Quería que Khalius, por una vez, terminara de explicarme algo, o en esta ocasión; comenzara. 

—Te voy a contar una historia —continuó hablando. Ladeó la cabeza observando donde nos encontrábamos, y con ello los libros que estaban en el suelo—, La Biblioteca, es grande, puede ser que no lo hayas leído aún. Prefiero contártelo yo, antes de que lo leas por ti misma.

Sus palabras, no me encajaron en un principio. Más tarde, intentaría asimilar todo con paciencia.
Me había explicado la razón de mi existencia, el por qué estaba allí, y el por qué era como era.
“Los 7 Pecados Capitales.” Fueron sus primeras palabras antes de empezar a explicarme. En ese instante, recordé que había leído un libro titulado así...bueno, leerlo no. Simplemente lo había ojeado. Había otros libros, que me llamaban más la atención.

Cuando las escuche, mi cuerpo se sintió pesado, y mi corazón agitado. Era como si, impensadamente, hubieran soltado un peso indefinido sobre mi cuerpo.

—Tú ya has visto a esa joven antes. Tomabas el té con ella. Jugabas con ella, luchabas con ella. Deidara, ese es su nombre. ¿Verdad? —mi mentalidad se dejo llevar, y mi cabeza asintió. ¿Por qué lo había echo? Desconocía el nombre de aquella muchacha, hasta aquel momento. Por alguna razón ya me lo sabía.

—Escucha Lucía, —continuó—, antes de contarte cualquier cosa, quiero que me respondas a unas, pequeñas, preguntas.

Volví a asentir, sus palabras, en cierto modo, eran hipnóticas.

—¿Pereza?, ¿Lujuria?, —comenzó a preguntar— ¿Gula?, ¿Envidia?, ¿Soberbia?, ¿Avaricia?... ¿Ira? —cada pregunta era como una puñalada en el corazón, por cada cuestión, mi corazón se agitaba, se aceleraba, quería salir de mi pecho. Fue extraño, pero tenía las respuestas a esas preguntas.

—Damn… Coraline… Sheila... Diddi… Rosalinda… Coco... —en su última pregunta me detuve. El nombre que había surcado mi mente, trajo consigo pequeños recuerdos. Algunos alegres, otros malos, tristes y dolorosos. Recuerdos manchados de sangre, recuerdos teñidos de varios colores. Era aquel nombre que recordaba, junto al mío—: Némesis.


Antes de que respondiera, ya habían pasado varios minutos, y Khalius me estaba zarandeando. Suspiró al escuchar por fin mi respuesta.

—Esos nombres, son los de tus compañeras. —reafirmó Khalius—, Verás, la mansión Bernaskell es la gran fachada de un proyecto llamado “Lilium”. Esto… me explico: Hace poco, dos años quizás, se nos informó de que se había descubierto un gran portón, en uno de los bosques de Hallowfell. Fue una noticia que recorrió todos los oídos de la nobleza, y también la de los transeúntes. No obstante, para éstos, se convirtió, con suerte en un rumor. Después de innumerables investigaciones, financiadas por aquellos nobles con ansias de poder, descubrimos, que aquel portón era la puerta que conducía a un lugar llamado “Pandora”, aunque los investigadores lo denominaron “Pandemonio”, ya que, para ellos, Pandora, fue un legado de Dios. y aquel lugar, obviamente, no lo era.
Descubrimos varias cosas de aquel lugar. Era algo similar a un mundo paralelo. Allí vivían, por lo que pudimos observar; personas, demonios, y es de suponer que más seres.
» A partir de más y más investigaciones, nos enteramos, difícilmente, de que los Siete Pecados capitales, tenían que ver con el Pandemonio. Pero... ¿Cómo abrir la puerta con esa información? ¿Cómo conseguíamos siete pecados? A pesar de que muchos condes y monarcas se rehusaron, para conseguirlo, fueron requeridos sacrificios, tanto para entrar, como para conseguir abrirlo. Como estaba previsto por "los traidores", osea nosotros, fue en vano, ya que o nunca regresaban, o morían en el intento de abrir el portón…

Khalius, se detuvo, no sé si porque había acabado de contar la historia, o porque me quería dejar tiempo para asimilarlo.. Había escuchado su pequeña historia, si es que se podía llamar así, con aquellas dos orejas que tenía, y había entendido todo. Ahora lo intentaba asimilar.

—Lucía, tú eres uno de esos pecados. Sinceramente, no sé cómo llegaste aquí, quizá fueran las pruebas que hicimos, que te sacaron de aquel lugar. Sí… —soltó una pequeña risotada sarcástica—, eso fue lo que pensamos en un principio, pero más tarde nos dimos cuenta de que los verdaderos pecados que necesitábamos, estaban allí, en el Pandemonio, pero de pronto desaparecieron.
Se habían disipado en el aire, no había ni rastro de ellas.

» Y ahora, y por eso, esta aquí Leo. Deidara, o Diddi, como la llamas tú, es una de tus compañeras, y otra llave para volver ha abrir el Pandemonio.

No sé qué ocurrió en ese momento. Mi cuerpo estaba entumecido y tenía los labios humedecidos en saliva. Estaba preparada para hablar, pero en el mismo instante en el que iba a pronunciar su nombre, alguien abrió la puerta sin respeto y con brutalidad.

—¡Milord! ¡Milord! ¡Ha habido un fallo! —exclamó un hombre, adulto, mayor; maduro. Vestía, al igual que Macius, de negro. Chaleco, pantalones, zapatos, guantes y pajarita. Lo único blanco era la camisa, y su cabello que a diferencia del de Khalius, marcaba su edad.

Ambos volteamos la cabeza rápidamente hacía aquel individuo.
Khalius se levantó rápidamente haciéndole una seña al hombre. Claramente decía que se marchase.

—¿Qué esta pasando Khalius? —me apresuré a preguntar algo alterada por los gritos que había dado aquel individuo. Seguidamente, me levanté aturdida. Mi cuerpo seguía entumecido, por lo que me dolieron ciertas partes al elevarme.
Éste se limitó a chasquear la lengua contra su paladar y a mirarme. Era una mirada que ya explicaba que algo andaba mal, sin embargo me lo comentó mientras me cogía fuertemente del brazo y me arrastraba fuera de la Biblioteca.
—Han venido a buscaros, seguramente.

****


Khalius mantenía una mirada severa mientras caminábamos tan rápido como nos lo permitían nuestras piernas. Yo intentaba seguir el ritmo tanto como podía para no molestar más de lo que que ya había hecho. Mientras caminábamos, pensaba en lo que Khalius me había contado. Pensaba y asociaba hechos y recuerdos. Intentaba no hacerlo, mi cabeza lo rechazaba, pero una parte de mi sabía que lo necesitaba, y que tarde, o temprano lo tendría que hacer. Preferiría, tarde.
Durante el trayecto, que no fue tan largo, pero a mi me pareció una eternidad, nos encontramos a Mark, el cual había estado buscando a Khalius todo este tiempo. Por lo que pude escuchar, débilmente, pues entre el sonido de los andares, y mis pensamientos, a penas podía escuchar incluso mi nombre. Como decía; Por lo que pude escuchar de Macius, aquel proyecto que había mencionado antes Khalius, había tenido problemas, y se habían encontrado varios hombres muertos en el suelo. Aseguraban que unos tenían dos orificios en el cuello, como los que dejaban los vampiros. Que otros, aparecían estampados contra las paredes, llenos de cuchillas en el cuerpo, y que incluso otros aparecieron totalmente desmembrados.

Khalius aligeró el paso mientras Mark le hablaba. Era de suponer que la situación no le gustaba.
Me sorprendió comprobar, que lo que Mark le había contado a Khalius fuera verdad. No porque creyera que mentía, sino porque, simplemente, eran hechos desatinados.
Era verdad. Aquella habitación estaba llena de sangre por todos lados. Cadáveres yacían en el suelo, algunos enteros, otros no. Algunos sin sangre, totalmente deshidratados, otros encharcados en ella. Mark, que era el que estaba más cerca de todo, cerró los ojos mostrando un ademán de desprecio. Seguidamente estiró el brazo, lo encogió y lo llevó a su espalda; de la cual obtuvo una daga color plata. Khalius, permaneció en silencio viendo aquella masacre como un niño observa un dulce. . Estaban raramente tranquilos, como si ya hubieran visto una escena similar anteriormente. En ellos quizá, pero ¿en mi? ¿Por qué estaba yo tan tranquila? ¿Por qué me pareció algo normal? Es más, ¿por qué me sentí atraída por aquella sangre?
Macius volvió a estirar el brazo cortándome el paso. Fue como si supiera que iba a dar un paso hacia delante. Le miré y seguidamente bajé la mirada.
Mantuvimos un silencio triple. El cual se vio interrumpido por unas risas picaras que no pude identificar. Sonaban en eco; rebotaban en las paredes varias veces, llegaban a nuestros oídos, y volvían a salir.


Un individuo joven, alto, y encapuchado, apareció de repente en aquel lugar. Posándose encima de uno de los cadáveres y manteniendo el equilibro en su piel blanda y fría. Ya casi putrefacta. Vestía una túnica negra, con los bordes en crimsom, que apenas se podían apreciar. La capucha no permitía ver su rostro, pero sí una compleja sombra.

—Né-me-sis. —era una voz extrañamente familiar, de una joven, eso no cabía duda. Una voz aparentemente amable, pero tétrica, y frívola.


Mark, colocó la daga enfrente de él, manteniendo la guardia. Su ojo derecho, había comenzado a brillar, y de el emanaba una preciosa luz esmeralda. Apenas, se le podía ver el Iris. 
Si se movía, aunque tan sólo fuera un momento, se podía apreciar como de aquel ojo, surgía un pequeño hilo de luz color verde. 
No me sorprendió. Creo que después de haber visto aquella escena sádica, nada me podría sorprender.
Aquella muchacha retiró la capucha. Su cabello estaba recogido en dos trenzas, y era de un raro color entre malva ceniza y rosa. Lo mismo ocurría con sus ojos, eran de distinto color, uno rosa, y el otro violeta. Heterocromía sin duda alguna.

—Mira que dejarnos solas, Némesis. —volvió ha hablar mientras alzaba la mano. En ella llevaba varias cuchillas, una por cada espacio que había entre los dedos, todas teñidas de rojo. Lamió la sangre de las cuchillas como si no pasara nada y esperara una respuesta.

—¿Quién eres tú? —se adelantó a preguntar Khalius— ¿Qué has venido ha hacer a este lugar?

Mantenía un semblante severo, frío y decidido. No parecía el Khalius infantil y glotón que había conocido.
Aquella joven se llevó los brazos al estomago, mientras se reía. Aquella actitud me molestaba, y mucho. Pero no dije nada. Estaba atontada, algo aturdida, por su voz.


—¿Quién soy? ¿Qué hago en este lugar? —la joven frunció el ceño. Fue un segundo, y ni eso. Estiró el brazo, sacudió la mano, y de ella, una cuchilla pasó rápidamente por la mejilla de Khalius, así cortándola. 
Mark, no pudo hacer nada, y eso me sorprendió. Fue como si el tiempo se hubiera detenido, sólo para que aquella cuchilla llegará a su destino, si o si.

—¡Sois vosotros, los que habéis estado jugando con Pandora, cuando esta vez no os hemos hecho nada! —contestó molesta mientras bajaba la mano—. Mi nombre es Damn. Quizás, me conozcas como “La Rosa”, “La Morada” o mejor aún; “La Pereza.”

Alcé la vista sorprendida al escuchar su nombre, y como se suponía que se la debía conocer.

—Oh.. –Khalius mostró una sonrisa arrogante, lo que le hacía responder con ironía:— Y decían que la pereza era el pecado más tranquilo de todos.

Damn soltó una gran carcajada, al escuchar las desdeñosas palabras de Khalius, y después me dedicó un mirada fulminante, lo que me hizo retroceder un paso.
Choqué con algo, o más bien alguien. Era aquella joven; Deidara, la cual mantenía una sonrisa igual de soberbia que la de Khalius.

—Sí, eso decían Khalius. –Respondió repentinamente ella.

Me sobresalté. No sabía donde colocarme, o qué hacer.
Aquello, desde un principio, no era ninguna conversación. Khalius y Macius, mantenían un semblante severo. Mientras que Damn, y Deidara, se comunicaban mutuamente a base de sonrisas irónicas y miradas, prácticamente asesinas.

—La gente dice mucho sin conocer. –miró hacia la derecha y a la izquierda. Arriba y abajo. Todo el lugar seguía lleno de sangre, ahora seca, pero sangre,— Pero no me atribuíais todo el merito a mi sola, por favor. –río tétrica, y seguidamente añadió:— Cuando ella empieza a beber sangre, se vuelve avariciosa.